Un recorrido por la experiencia vital de una de las referencias del balonmano femenino español
La generosidad de Macarena Aguilar en una pista de balonmano es enorme; lo es porque, poseedora de un talento mayúsculo, escribe líneas brillantes, diferentes, sorprendentes desde esa calidad diversa en recursos y en formas de ejecución de lo ofensivo de su deporte. Lo que hace, lo que decide, aquello que saca de su pensamiento es para transformarlo en balonmano, es para que en una pista ocurran cosas y para que en ningún caso el juego quede como aquello que tanto odiaba Ernest Hemingway: «La cosa más espantosa, es un hoja de papel en blanco». Los planteamientos de Macarena son soluciones durante un partido y sus palabras son lanzamientos, en ocasiones, imposibles pero certeros. Reposada fuera de pista en el marco de una conversación, se expresa apasionada y siempre cercana cuando el ambiente que se genera, además, acompaña para contar su historia.
Macarena Aguilar Díaz (Bolaños de Calatrava, Ciudad Real, 12/03/1985) se asomó al balonmano por casualidad y, obviamente, aquel primer contacto fue para siempre. Y eso que de niña merodeó por el atletismo en pruebas de velocidad en categoría infantil: «Una tarde me iba a casa y pasé por la pista de balonmano del colegio y me encontré con unas amigas. Me dijeron que se iban a entrenar y me animaron a quedarme a verlas. Ese día sólo estuve observando. Al día siguiente volví y fue para quedarme».
Comenzó con nueve años. Aquel encuentro e invitación casual de sus amigas fue la génesis de la unión con un deporte que «es mi vida». El impacto fue tal que ya entonces, respondiendo a ese eterna pregunta que se acostumbra a lanzar a los niños y niñas a tierna edad, aseguraba rotunda: «Quiero ser jugadora profesional de balonmano». Arrancó pues su recorrido y se fueron enlazando victorias en torneos provinciales y autonómicos, participando en campeonatos de España, y apareciendo ya en las categorías inferiores de la selección española.
«Después de una concentración, tendría entonces unos 16 años, me llamaron de Valencia, del equipo de Cristina Mayo. Cogí yo la llamada y sin dudar lo más mínimo dije que sí. Lo tenía tan claro que respondí sin hablarlo con mis padres. Se lo dije a ellos según colgué. Claro, me dijeron que eso había que tratarlo antes. Hablaron con el club y les explicaron a mis padres el proyecto y ya tuve su apoyo», recuerda. Se conjugaron tres circunstancias: «Tenía claro que quería ser jugadora de balonmano; sabía que entonces en el pueblo, donde no había equipo absoluto, no iba a evolucionar; y me estaba llamando el mejor equipo de España».
«Siento que soy una privilegiada, porque tuve la gran suerte de vivir la mejor etapa a nivel clubes del balonmano español»
Y aterrizó en el Mar Valencia, entonces bajo el nombre del poderoso Osito L’Eliana. Y el escenario con el que se encontró le maravilló, al tiempo que le generó el lógico respeto. Jugaría en el equipo de Primera, pero entrenaba dos veces por semana con Natalia Morskova, Cristina Gómez, Montse Puche, Silvia del Olmo, Eli López, Tania Medved, incluso Marta Mangué… «Estaba en una nube, ese equipo fue subcampeón de Champions ese año, pero a la vez quería aprovechar la oportunidad. El primer año fue duro. A veces no quería ir a entrenar. Pero la siguiente temporada fue mucho mejor. Era algo más madura, ya quería ir siempre a entrenar y ayudó que conocía más a las jugadoras», relata.
Superado aquel inicio en Valencia, tras un verano de cambio físico de niña a mujer, confiando mucho más en sí misma, ya alcanzó de forma definitiva el primer equipo de la mítica Cristina Mayo, con la que creció y compitió los siguientes ocho años: «Soy todo por ella. Mi balonmano y quien soy me lo enseñó ella. Allí viví mis mejores años tanto deportiva como personalmente. Y desde luego también aprendí mucho en mi ciclo en Itxako con Ambros. Siento que soy una privilegiada, porque tuve la gran suerte de vivir la mejor etapa a nivel clubes del balonmano español».
La vivencia del mejor balonmano español
«Macarena tiene tanta calidad que en partidos complicados sus minutos han dado la vuelta al resultado», subraya precisamente Cristina Mayo sobre la central de Bolaños de Calatrava, a la que desea «mucha felicidad». Macarena, ahora jugadora del Thüringer alemán, significa que «Cristina me enseñó a ser muy fuerte, a superarme en los malos momentos y muchos valores más allá de lo deportivo; creo que a todas las que hemos estado con ella nos lo inculcó. Exigía mucho y el poder estar ahí venía dado por ese crecimiento personal, mental y esa fortaleza. Ambros me enseñó el equilibrio para hacer las cosas, a pensar y templar los nervios, a madurar mucho».
Recuerda Macarena aquella gran época, en la que el nivel de los clubes era altísimo, la competitividad mayúscula, la rivalidad intensa, y todo ello daba forma a partidos inolvidables. La gran etapa, eterna en el imaginario del balonmano, del Osito (luego BM Sagunto, donde también siguió la manchega), el Elda, el Ferrobús, el propio Itxako, el Bera Bera… «Lo que son las cosas. Entonces los clubes se vivían mucho, se seguían mucho, pero, sin embargo, la selección no. Y desde hace unos años hacia acá la situación es la contraria. En aquella etapa, en cuanto a la selección, sufrimos mucho, no teníamos las condiciones estructurales que tenemos ahora, los medios de comunicación no nos seguían tanto… el cambio para bien ha sido total», explica.
Aguilar reflexiona al respecto de esta circunstancia y al cambio de papeles entre el marco de los clubes y de la selección —se afianzó en la absoluta desde 2006—: «Está todo un poco unido. Al final, aquellas jugadoras que estaban entrenando, compitiendo a un buen nivel, con buenas condiciones, y que siguieron o seguimos compitiendo en España o fuera han significado un beneficio directo para la selección. Y creo que Itxako —donde Macarena estuvo entre 2009 y 2012— tuvo mucho que ver porque consiguió reunir a nueve jugadoras, que al final entrenaban todos los días juntas en el mismo club, la selección hacía el mismo juego, las otras jugadoras que no estaban en Itxako empastaban perfectamente, y además coincidió con el mejor momento de muchas jugadoras».
Un palmarés envidiable
Un recorrido de las Guerreras extendido en el tiempo con conquistas como el bronce en el Mundial de Brasil de 2011, el bronce olímpico en los Juegos de Londres 2012 —«fue el mejor momento de mi carrera»— o el subcampeonato de Europa de 2014, llegando en el verano de 2016 a los Juegos de Río, donde se concretó un diploma, pero una dolorosa derrota ante Francia: «Es uno de los puntos negros de mi carrera por la crueldad de la eliminatoria. Estuvimos muy jodidas. Y aún fue más complicado porque queríamos volver a casa y no pudimos regresar hasta una semana después». Lamenta también el siguiente encontronazo contra las galas en el último Europeo.
Para Macarena, como para muchas de sus compañeras, después del bronce de Londres, verano en el que desapareció Itxako, comenzó su etapa fuera de España, donde ya había logrado todos los títulos posibles entre Osito, Sagunto y el club de Estella. Dos temporadas en el Randers danés, una en el Gyor húngaro, un fugaz paso por el Rostov-Don ruso, regresando a Hungría con el Siofok, y fichando para la vigente campaña con el campeón alemán, el Thüringer. «Cuando sales, lógicamente, conoces otras costumbres, otros países, otras lenguas, mucha gente, pero en el ámbito del balonmano sobre todo ha sido un crecimiento en cuanto al trabajo físico, que es el pan de cada día, y he tomando consciencia total de lo que es ser jugadora de balonmano profesional en todos los aspectos. Me alegró mucho, por ejemplo, por casos como los de Lara (González) o Mireya que tuvieron la oportunidad de salir fuera muy jóvenes y están aprendiendo cosas que yo aprendí ya con 27-28 años», cuenta la manchega.
Exigente y con carácter
Recorrido de toda una vida para Macarena, quien se define como «una chica muy corriente, muy normal, un poco vergonzosa e introvertida; me cuesta mucho abrirme con la gente. Pero también tengo muy mala leche, mucho carácter. No soy la misma en la pista que fuera de la pista. Entrenando y en los partidos intento siempre darlo todo, pero no suelo enfadarme y templo más. Pero fuera me pico enseguida. Soy muy exigente y tengo temperamento. Mis compañeras me llaman pitufina gruñona».
El equilibrio lo encuentra con su marido el también balonmanista Jorge Maqueda: «Es un apoyo al 200%. Me ayuda mucho a analizar las cosas, pero además con ese conocimiento de causa de hablar el mismo idioma, de vivir el mismo mundo. Y yo intento hacer lo mismo con él. Dice que le he ayudado mucho a cambiar su temperamento en la pista. Mi experiencia le ha ayudado mucho a él”. Y demás asegura que «nunca me olvido de dónde vengo, de dónde están mis raíces».
«Soy una chica muy normal, un poco vergonzosa e introvertida; me cuesta mucho abrirme con la gente. Pero también tengo muy mala leche. No soy la misma en la pista que fuera de la pista»
El valor de la experiencia y el de ser una voz autorizada en el balonmano femenino español, siendo referencia para sus compañeras y aquellas que comienzan en su deporte. Tímida cuenta las medallas que ha conseguido junto a sus compañeras como legado para el balonmano, sin embargo es más firme a la hora de definir su sello para el recuerdo: «Espero que me vean como la chica que se rompía la cara y las narices y que iba iba siempre a muerte».
Comparte como lema aquello de «vive cada momento como si fuera el último» y lanza como mensaje a aquellas que quieran ser jugadoras de élite de balonmano (o deportistas de otras disciplinas) que «si quieres llegar tienes que poner todo de tu parte y trabajar muchísimo y duro y sin condiciones». Para sí misma, por lo pronto, desea «poder disfrutar del balonmano».
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