La centrocampista madrileña del Club de Campo y de la Selección española repasa su recorrido, todavía joven, y proyecta sus ensueños
Hay quien se decide a proyectarse solo a través de su talento, pensando que con eso basta. Hay quien puede tener esas condiciones especiales para hacer algo o quien no las tiene de una forma tan innata o muy desarrollada, pero sabe que en el trabajo duro, constante y veraz está la clave para fundamentar una gran carrera. En el trabajo y en el no dar por sentada la calidad de uno o que con ello está todo hecho, seguramente, está la clave para forjar un recorrido exitoso en el deporte, como es el caso de este relato. Alejandra Torres-Quevedo Oliver (Madrid, 30/9/1999) tiene cualidades de sobra para el hockey hierba, pero en su discurso y en su praxis subraya siempre que la humildad y el ‘currar’ es lo que le impulsa. La jugadora del Club de Campo Villa de Madrid y de la Selección española, a caballo entre la absoluta y las inferiores, es uno de esos diamantes en bruto —con toques ya pulidos pese a su tierna edad— de la disciplina del palo y la bola.
Uno la observa sobre un campo y ve hockey en sus gestos, en los movimientos y en su forma de ver el juego, pero al tiempo reconoce una capacidad enorme en el despliegue físico. No para de correr. Y lo que uno también percibe charlando con ella, intentando comprender quién es, es que siempre tiene dibujada una sonrisa: «Soy feliz. Me gusta mucho lo que hago. Siempre me estoy riendo por todo, hasta con los chistes malos». Sea la felicidad un estado de ánimo o una actitud, desde luego, es la mejor compañera de viaje, junto al trabajo, que Alejandra puede tener en un recorrido que está ahora en sus comienzos en la elite.
«Tengo muchísimo por aprender. No he hecho nada todavía. Pero lo que tengo claro es que soy muy competitiva, lo soy desde muy pequeña. La diferencia es que entonces era muy tímida y ahora no callo», cuenta Alejandra, al tiempo que describe que como modelo «me gustan las personas currantas, quienes no paran y se esfuerzan a tope siempre». Y en el hockey tiene referentes como Amparo Gil o Rocío Gutiérrez, que fueron sus entrenadoras cuando se asomó a esto del hockey, o como María López, Bea Pérez o Gigi Oliva.
Precisamente su deporte es muy de cuna, muy de arraigo familiar, sobre todo en la zona de Cataluña. Esta madrileña, sin embargo, no abrazó el que luego querría ya que fuese su deporte hasta después de merodear por el tenis —su tío, que es su padrino, era su entrenador cuando empezó a los siete años—, la hípica, el esquí y el fútbol: «De pequeña seguramente lo que más me gustaba era el fútbol. Siempre estaba con una pelota. Y jugaba con mis primos en casa de mis abuelos, donde había una portería. Miramos algún equipo de chicas cerca de casa, pero no había».
Debía quemar de alguna forma toda la energía que tenía y tiene. «Siempre he sido muy inquieta. Siempre me ha gustado el deporte y competir. Lo que sí veía es que lo que más me gustaba era el deporte de equipo», explica. Tres años antes de que finalmente su padre se decidiese a inscribirla en hockey hierba, ya había visto algo en ella José Manuel Brasa, el que fuera seleccionador con la España que ganó el oro en Barcelona 1992, en un parque infantil del Club de Campo. Por lo pronto, la tarjeta de éste quedó guardada. Quemada la opción del fútbol, al no tener un equipo cerca de su casa, acabó aterrizando en el hockey.
«Cuando me dijo mi padre de apuntarme la verdad es que no tenía ni idea de lo que era. Me dijo que me gustaría, que podría correr, que es lo que más me gustaba, no paraba y no me costaba, y me dije: ¿por qué no? Entré y me gustó muchísimo. Entonces tendría unos 9 años. Amparo Gil era mi entrenadora y ahora es mi compañera en el primer equipo del Club de Campo. Me recuerda a veces que yo siempre quería competir, mientras otras compañeras, cuando empecé, preferían bailar, saltar, dar volteretas…. Hubo un momento en el que llegué a hacer fútbol en el cole y tenis y hockey en el Club de Campo», rescata de sus recuerdos.
La historia es que se fue enganchando a aquello del palo y la bola. Y además le venía tanto a ella como a sus compañeras el reflejo de sus entrenadoras, que estaban en la selección española. Eran ya sus modelos. Quería seguir sus pasos. Por lo pronto, significa de entonces que «era muy competitiva y quería hacerlo todo perfecto. Y esa misma forma de ver las cosas la sigo teniendo hoy. Pero lo que me encanta es disfrutar de esto».
«Me gustan las personas currantas, quienes no paran y se esfuerzan a tope siempre»
Prácticamente en todas las categorías de base fue yendo un pase por delante. Con doce años ya fue con la sub’16 madrileña, ganando un autonómico en Málaga. También le sucedía con su equipo; de hecho, la pasada campaña, con 17 años, ya se consolidó definitivamente en el primer equipo de DHF. Y comenzó a tener llamadas con la selección española desde sub’16. Desde entonces, en poco tiempo, ha vivido muchas experiencias no sólo con las inferiores en el Europeo sub’18 o el Mundial sub’21 en Chile (cuartas)—, sino también con la absoluta, para la que ya cuenta con ella Adrian Lock, ganando, de hecho, la última World League Round 2 en Valencia: «No me lo podía creer cuando un día, estando en clase, me empezaron a llegar mensajes de enhorabuena porque estaba en la lista para una concentración en el CAR con la absoluta».
«La verdad es que tanto con el primer equipo del Club de Campo como con la Selección absoluta las compañeras de las inferiores que hemos ido subiendo hemos tenido una gran acogida. Te lo hacen muy fácil, muy sencillo, son muy atentas y abiertas a la hora de integrarte en el grupo. Y luego jugando, es un lujo. Juegan rápido, la bola siempre perfecta, es una gozada para aprender y coger experiencia», relata Alejandra.
Pero la madrileña, siempre feliz y optimista, ansiosa, inquieta, enérgica, también tiene sus miedos, que vienen ligados precisamente a lo que está viviendo: «Lo que ha ido ocurriendo en el último año, desde 2017 en adelante, la verdad es que es increíble tanto con el club como con la selección sea con la sub’21 o la absoluta. Han pasado cosas, muchas, muy rápido. Entonces lo que a veces me da miedo es que esto pare, que tenga una lesión grave, que lo que estoy creciendo se frene, porque me encanta mi deporte y tengo una carrera por delante que quiero disfrutar». Una sensación lógica cuando uno disfruta tanto lo que está experimentando.
Lo que tiene bien agarrado son los consejos que ha ido recibiendo por el camino de su padre o de sus entrenadoras: «Mi padre siempre me ha dicho que nunca se debe perder la humildad, que no hay que dejar de currar mucho. Tengo claro que hay que esforzarse y que no hay que dar nada por hecho. Además, en lo puramente deportivo, tengo que aprender a jugar más con la cabeza: ver bien el juego y pensar me han dicho mis entrenadores. Me queda muchísimo por mejorar. Antes cuando no me salía algo me encerraba mucho, pero ahora eso lo he ido puliendo, aunque me enfado conmigo misma si algo no me sale».
Repasa su historia con los ojos y el alma abiertos de par en par. Sonriente. Con ganas de todo lo que pueda venir por delante en un momento en el que compaginará el hockey hierba con el inicio de sus estudios de Industriales. Ante todo, subraya, «siempre voy a dar el máximo». Y seguramente lo hará con los pies en el campo, porque, aunque ensueñe con ello, prefiere no escrutar por el momento el horizonte de Tokio.