Reposada la magia de los sueños que se hacen realidad, digeridas las victorias en Valencia, que se conjugaron con la clasificación para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, se elevan los nombres de las RedSticks, de la selección española absoluta femenina de hockey hierba (también de la masculina), que disputaron el Preolímpico. Obviamente, en clave resultadista, sendos triunfos ante Corea en el campo azul valenciano resuenan como la gran gesta. Pero no es eso y nada más. Las RedSticks son una piña inquebrantable por algo más profundo que ese Preolímpico. Más bien se trata de una historia conjurada en 2013. Y desde entonces: trabajar mucho y duro y con compromiso, crecer, progresar, y comprobar que aquello, que el reto que lanzó Adrian Lock en 2013, con un discurso firme, claro, e igualmente inquebrantable, ha ido dando sus frutos.
El golpe de quedarse fuera de los Juegos de Londres 2012 fue duro. Pero la realidad era por entonces que los fundamentos globales de la selección estaban débiles, agrietados. La caída en el ranking fue enorme. Y otras selecciones, otrora de menor rango, se transfiguraban en gigantes como las que realmente era superpotencias como Países Bajos o Argentina. De buenas a primeras, la llegada de Lock, desde la sub’21, no fue cosa de darle a un interruptor y que de pronto se hiciera la luz en una habitación oscura. Pero sí hubo una reflexión para proponer un proyecto realizable: evocar el levantamiento de las RedSticks, recuperar lo conocido, que era el legado de las generaciones anteriores que hicieron brillar el hockey hierba español.
Y en el transcurso de 2013 se dio aquella forma de conjura, aquel reto que lanzó Lock a las jugadoras de entonces de absoluta y sub’21 y las que llegasen luego, al cuerpo técnico que se formó por entonces y al que encadenó en el recorrido, a la propia federación. Y sucedió lo mejor que puede suceder en cualquier proyecto en la vida: que todos creyeron en el mensaje, en el discurso apasionado, firme e incluso ‘obcecado’ de Lock -por cierto, un tipo genial así como sus equipos de trabajo-.
El asunto era creer y comprometerse, porque iba a haber que ‘currar’ enormemente y ya para siempre para que aquello, de verdad, tuviera sentido. Y entre todas y todos le fueron dando forma. Decía Luis Aragonés aquello de ‘ganar, ganar, ganar y volver a ganar’. Pues, lógicamente, Lock empezó por los fundamentos, que irradiaron para siempre. La cosa es trabajar, trabajar, trabajar y volver a trabajar. Y mucho. Y duro. Y de verdad. Y con excelso compromiso. Y con honestidad. Y con una respuesta diaria de las jugadoras con el entrenamiento en sus clubes de procedencia, dentro o fuera de España, y al propuesto por el equipo de trabajo de la selección. Sin condiciones. Sin fisuras. Dando cuenta de ello. Y en esa misma línea, claro, se pusieron Lock y los suyos entonces y ahora, pues cambios ha habido, como también en el propio bloque de jugadoras por cuestiones generacionales, retiradas, el verse cortadas jugadoras no por las ganas, sino por las exigencias del mundo laboral, o por una personal y lícita decisión.

Debo liberar un poco el tono de estas líneas como toque de atención para tachar de zafios a aquellos que sin vacilación alguna dijeron del diploma olímpico de Río de Janeiro 2016, o del hecho mismo de cómo se clasificó la selección en el marco de aquella controversia con Sudáfrica, era un fracaso. Obviamente, cada cual puede opinar lo que le venga en gana, pero teniendo en cuenta de dónde venía la selección, de la reconstrucción que hubo que hacer, del hecho mismo de que incluso el proyecto estuviera pensado por tiempos de cristalización para Tokio 2020,… solo el hecho de estar en Río fue un éxito. Y cierto que las jugadoras, en el momento de calentura de caer en el primer partido tras superar el grupo, en ese analizar qué se había hecho bien, mal o se podía haber mejorado, pudieron pensar que fue un fracaso. Todo lo contrario. Fue un éxito llegar y competir. Pero además porque se liberó un hito para seguir un proyecto, que diría que sin saberlo se fortaleció allí mismo, en la cita olímpica brasileña.
Hubo un nuevo removerse la estructura. Movimientos en el equipo técnico. Jugadoras que en ese momento o en adelante fueron entendiendo el cambio generacional, habiendo dejado un compromiso enorme, y otras que fueron apareciendo con ganas, desde esa juventud de las categorías inferiores o que no habían estado en la selección. Y fue cuestión de afinar todo, de pulir todo, de seguir con esa línea de trabajo según pasaban los años. Y el progreso dio para adjudicarse la World League Round 2 o unas Hockey Series. Paso a paso. Y llegó verano de 2018, y hubo un bronce en el campeonato del Mundo de Londres. Seguramente se dio forma física a un logro de peso para refrendar que el reto y el discurso de la conjura tenían más sentido si cabe. Y en verano de 2019 llegó el bronce en el campeonato de Europa de Amberes. Y luego, este octubre, llegó el Preolímpico y las RedSticks, la piña inquebrantable, compitieron bien, y derrotaron a Corea, certificando esa clasificación para Tokio 2020. En adelante, de sobran lo saben: ‘Trabajar, trabajar, trabajar y volver a trabajar’.
Pero en toda esta historia deben resonar los nombres del Preolímpico (tanto de las jugadoras que estuvieron en esa lista de Lock, como las que se quedaron fuera por decisión técnica o por lesión), pero también de todas y cada una de las etapas anteriores, de jugadoras que ya dejaron paso pero que fueron fundamentales en toda esta historia (seguramente seré injusto por dejarme algún nombre, pero no es ese el ánimo: Rocío Ybarra, Rocío Gutiérrez, María López de Eguilaz, Gloria Comerma, Lucía Ybarra, Sole Contardi…). E igualmente en el caso de las personas que han formado parte del equipo técnico de Adrian Lock y de las que lo hacen en la actualidad. Y es cosa de la federación española y las autonómicas (por arraigo, permítanme que destaque a la valenciana y ese cuartel general del polideportivo Virgen del Carmen de Beteró), y los clubes. Y del trabajo mayúsculo del departamento de comunicación, pues recuerden que lo que no se cuenta, no sucede, aunque sea una afirmación injusta. Y, obviamente, es también resultado de las familias y aficionados del universo hockey hierba, cuya voz, en el Preolímpico, puso la incombustible ‘Marea Naranja’ de San Fernando.
La última nota es para las RedSticks, para la piña: ¡Gracias!
Foto: Gabi Juan