BÁDMINTON
Ana Martínez/EFE (Vigo).- Con la fortaleza que la caracteriza y con un halo de calma y paz alejado de la tensión en la pista, la tricampeona mundial y medalla de oro olímpica en Río 2016, Carolina Marín (Huelva, 1993), confesó en Vigo que en su palmarés hay algo que no esperaba.
«Es una medalla en forma de cariño y amor», esa con la que se topó tras lesionarse en la rodilla en los Juegos de París 2024, a tan solo once puntos (21-14 y 10-6) de una final olímpica y en las semifinales contra la china He Bing Jiao.
«La guardo en mi corazón», ha contado en el congreso Vigo Global Summit en una conversación con el presidente de EFE, Miguel Ángel Oliver, un fluido diálogo en el que ha habido tiempo para anécdotas personales y deportivas de una atleta, premio Princesa de Asturias de los Deportes 2024, que ha confesado que sufrió acoso escolar y que le ha afectado. Su preparación extrema, física y mental, han hecho que a lo largo de su vida pudiese hacer frente a situaciones complicadas, como esta o la muerte de su padre hace cinco años.
«Puedo, porque pienso que puedo»
«Puedo», es la palabra a la que recurre siempre la protagonista del documental ‘La lucha infinita’. «Puedo, porque pienso que puedo». Con esta forma de pensar y con la ayuda de la ciencia médica, ella ha conseguido superar tres veces lesiones muy importantes y alcanzar algo tan insólito como volver a su mejor nivel. Cuando no consiguió el sueño de conseguir su segunda medalla de oro olímpica y toda España lloró ante las pantallas ante un momento que ella define como «impactante», se resistió a dejarse llevar por la tristeza. Ha defendido ‘Carito’ Marín, como la llama su madre Toñi, la necesidad de desconectar para volver a conectar, «siempre, siempre». Lo que menos quiere, de hecho, es acabar con una prótesis por «ir a lo loco», porque el deporte de alta competición tiene una «fecha de caducidad» y la salud es lo que prima.
En un futuro, se visualiza como entrenadora, para lo que se está preparando, y se ve dando este tipo de charlas inspiradoras, algo que para ella es «muy gratificante». Carolina Marín ha mantenido una charla con Miguel Ángel Oliver, que la ha guiado en un repaso por su trayectoria deportiva y familiar. Esto ha permitido escuchar cómo a los ocho años descubrió el bádminton por primera vez gracias a su amiga Laura, que la animó a acompañarla al polideportivo. Cuando regresó a casa, sus padres Gonzalo y Toñi consultaron a Caro acerca de qué había estado haciendo y la pregunta que le lanzaron al enterarse fue una: «¿Eso qué es, hija?», una cuestión lógica que a ella misma no le sorprendió, porque le ocurrió lo mismo.
El flamenco por el bádminton
Pero Carolina Marín aparcó el flamenco, en lo que estaba inmersa en aquella época, para centrarse en este deporte, porque le gustaba, disfrutaba y le causaba una gran ilusión, además de que como «hija única» le permitía ir forjando nuevas amistades. Ya en casa, y siendo una adolescente, suplicó la oportunidad de irse a Madrid. Todavía menor de edad, escuchó de Toñi el consejo que en ese momento ella necesitaba y era que si en la capital española se sentía feliz, sus padres, que más tarde se separaron, estarían bien en Huelva, pero si por lo que fuese no era así, pues las puertas de casa siempre estarían abiertas. «No lo pasé mal. Todo me compensaba», ha contado Marín, y en Madrid está su residencia en la actualidad.
La pequeña Carolina que vio a unos niños jugando a una cosa «muy rara» y que no sabía «para nada lo que era el bádminton», pues no lo había visto nunca, ha conseguido que hoy en día todo el mundo conozca qué es.
«¿En España hace quince años quién sabía lo que era? Casi ni yo», ha zanjado en el auditorio, arrancando sonrisas y efusivos aplausos. Una de sus grandes bazas con respecto a sus oponentes es «la cabeza», ha reconocido, pero también la garra, fuerza, energía e ilusión. No en vano, se siente privilegiada no solo por ser un referente deportivo, sino también por sus valores, esos que le permiten ser siempre mejor que antes.













