La española derrota en la final de bádminton a la india Shindu (19-21, 21-12,21-15) en un gran partido por el oro de los Juegos de Rio
«Recuerda lo que una niña de 14 años me dijo que quería ser». Un refuerzo moral. Una inyección definitiva para recargar en el momento clave la confianza, labrada con mucho trabajo y muchos años, de Carolina Marín. Palabras de Fernando Rivas en el impás de descanso entre el primer y el segundo set de la final de bádminton femenino de los Juegos de Río entre «Caro» y la india Pusarla Shindu. Y esas palabras de entrenador a jugadora, de amigos, de «segundo padre a hija», significaron un reactivar la voracidad con la que la onubense inició la final, pero escapándole el primer parcial ante un enorme competidora como Shindu.
Ese comentario hacia los adentros completó el pequeño momento de la final en el que quizás lo necesitó la española, que fulminó a su oponente en el segundo set y llevó la iniciativa, aunque hubo alguna fase delicada, obvio entre dos súper clase del bádminton mundial, para convertirse en campeona olímpica. Sí, Carolina hizo realidad aquello que con 14 años le dijo a Fernando Rivas cuando llegó a la Blume.
Carolina Marín (Huelva, 15/6/1993) alcanza la máxima gloria olímpica con 23 años. Nueve después de aquel capítulo con Rivas. Tiempo en el que ha pulido y perfeccionando todos los aspectos del juego, los refuerzos técnicos y tácticos, físicos y psicológicos, para armar a una competidora incontestable. Cuestión de muchísimo trabajo. Y Marín no es de las que pone condiciones, ni peros. Currar y vaciarse y encontrar la ayuda adecuada para mantener una vida deportiva ordenada y un entrenamiento potente.
Llegó a los Juegos de Londres de 2012, con 19 años, con la juventud y la inexperiencia internacional como elementos de bloqueo. Cuatro años después, su búsqueda de la excelencia en su deporte le permiten contar con sendos campeonatos de Europa, otros dos del Mundo y desde este viernes el mayor título posible como campeona olímpica de bádminton. Y «Caro», por cierto, sólo tiene 23 años.

Y existe un método de trabajo meticulosamente estudiado para haber formado a la nueva campeona olímpica. Y se basa en aspectos como la confianza, los valores y principios marcados entre el equipo de trabajo. No son negociables. No existe margen. Cuestión de honestidad, de ética profesional y sinceridad. Fundamentos que fueron pilares en la formación de Carolina ya desde esos 14 años. Un proceso que ha permitido sobrepasar a los países asiáticos, las grandes potencias del bádminton, o los principales países europeos de la disciplina. Es el conocido «método español» y su argumentario se fundamenta en lo empírico, la investigación y la creatividad. Y obviamente horas de trabajo dentro y fuera de la pista que seguramente son incontables.
La final del torneo de bádminton femenino en estos Juegos de Río enfrentó este viernes a dos jugadoras súper clase. Ambas han recorrido el torneo con una solvencia y un nivel altísimos sin encontrar prácticamente oponentes que les apurase. Quizás algo más en sus respectivas semifinales. Pero Carolina Marín y Pusarla Sindhu llegaron con sobrada solvencia a por el oro. seis enfrentamientos previos en los últimos años se contabilizaban. De estos, cuatro victorias para la española y dos para la india. Y el séptimo duelo se convirtió en el quinto triunfo para la onubense —por 2-1 (19-21, 21-12,21-15)—, pero con la especial esencia del oro olímpico.

Carolina Marín apareció en la pista con un planteamiento preciso, medido, ambicioso, agresivo en la red. Siempre valiente yendo a la red, con variedad en su ataque, como le reclamaba su entrenador, y buenas defensas. Shindu, bronce en el último Mundial, no era rival sencilla. Todo lo contrario. Jugadora potente, de envergadura —1,80 metros—, con un revés cruzado temible y fuerte en las defensas. La actitud positiva, el juego agresivo y la intensidad permitió a la española llevar la iniciativa en el primer ser, aunque Shindu, por momentos aprovechando errores de la onubense, se sostuvo bien. Lo que peor llevó fue que «Caro» le lanzase ataques al cuerpo. Pasó la española un primer momento de apuro con un parcial de su oponente de 0-3 que ajustó el tanteo a 16-15. Se estiró de nuevo Marin, pero la intensidad de Shindu ajustó la historia a 19 iguales. Ahí se vio algo desorientada a la española que cedió el primer set 19-21.
Reactivación de «Caro»
Y en ese descanso, Rivas no optó por las herramientas tácticas, sino por las morales. «Recuerda lo que una niña de 14 años me dijo que quería ser», le recordó a su pupila. Y Carolina, mentalmente muy poderosa —otro de los aspectos que trabajó en el camino olímpico a Río—, regresó voraz a la pista. Intensa. Rápida. Con un ataque variado. Asfixiando a Shindu. Cuando la india se quiso dar cuenta, Marín ya iba con más nueve a arriba con un 11-2. Demostración brutal de que Carolina no se viene abajo. Y Shindu procuró replicarle y sacó algún punto de excelencia. Pero Marín iba lanzada, rápida hacia el set. Lo ganó con una claridad abrumadora (21-12) e igualó el partido. El oro ansiado por ambas se decidía en el tercer set.
Marín ya no buscó advertencias morales en el siguiente parón. Estaba totalmente activada y casi imparable. Quería opciones tácticas. Y Rivas le pidió ataque variado. Y los primeros fogonazos de bádminton le dieron a Carolina para irse con un margen favorable de 7-3. Seguía agresiva en la red la onubense. Pero Shindu reaccionó. O lo hacía o aquello se le escapaba. Grandísima jugadora también la india, mostrando un repertorio robusto en sus defensas y tremendos ataques cruzados. Con un parcial de 0-3 ajustó el set. Ya fue de oro el punto veinte que se jugaron. Con un 10-9 para la española, desarrollaron un punto que tuvo de todo, y que finalmente se lo adjudicó Shindu para empatar. La juez principal de partido les dio un respiro. Y Rivas le pidió a Carolina que volviese a la intensidad y el genio del segundo set y el principio de ese tercero. dicho y hecho. Los arreones de la española, aunque con réplicas de su oponente, le llevaron hasta el 21-15 final. El oro olímpico, aquel ensoñado nueve años atrás, ya lo tenía aquella niña de catorce años.

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