María Ferrer cuenta su experiencia como voluntaria en Kenia y cómo enseñaba hockey con ramas y bolas improvisadas a numerosos grupos de jóvenes africanos
Por Matías L. Sartori
Molo, Kenia. Una pequeña ciudad dentro del condado de Nakuru que cuenta con cuarenta mil habitantes, muchos de ellos distribuidos en diversas tribus. Los escasos recursos obligan a determinados hogares a depender de algunas ONGs, fundaciones o centros de acogida para el cuidado, crecimiento y porvenir de los niños y jóvenes kenianos.
Hasta allí viajó la valenciana María Ferrer, de 25 años, que realizó las prácticas de marketing en la Federación de Hockey de la Comunidad Valenciana la pasada temporada. María llevó el hockey hasta los rincones más recónditos del Gran Valle del Rift, la gigantesca fractura geológica que nace en el sureste africano.
Voluntaria con ‘Internacional Humanity Fundation’, viajó a Kenia el pasado 30 de julio en una de «las mayores experiencias de mi vida», relata. Allí estuvo 30 días viviendo, conviviendo y descubriendo la magia que atesora la inmaculada naturaleza africana.
«Nos situamos en un lugar en el que la gente no dispone de agua caliente ni electricidad. Cogíamos agua del estanque, que se llenaba en las épocas de lluvias. Por suerte, llovía seguido», recuerda. María vivía en un centro de acogida con otros tres voluntarios españoles, una inglesa y dos chinos. Entre todos, organizaban las actividades dirigidas a jóvenes y niños de la zona. «Yo me encargaba de realizar talleres y actividades deportivas durante las tardes. Por las mañanas, ayudábamos en lo que podíamos: tareas de mantenimiento, pintar, reparar algún techo de tablones y ramas…», comenta.
Diversidad deportiva
En aquella pequeña zona rural conformada por 40 o 50 casas precarias, todas hechas con barro y palos, casi doscientas personas daban vida a una población cubierta por la inmensa vegetación que cada año recibe a diferentes voluntarios. Los 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar coqueteaban con la poca humedad del sitio. Sin grandes temperaturas que azotara la zona, disfrutaban de un excepcional clima que variaba entre la mínima de 12 grados y los casi treinta como máxima.
«Me daba mucha rabia que sólo conocieran el fútbol. Tuve que explicarles lo que era el hockey diciendo que era como el fútbol, pero con palos y sin usar el pie. Tuvimos que usar unas palos o ramas grandes de los árboles que estaban en el suelo y unas bolas improvisadas, algunas incluso eran de tenis», explica. La inexperiencia deportiva hacía más emocionante el contacto con esta nueva actividad.
«Y así, arrastraban la bola con los palos y tuvieron su primera experiencia con el hockey. Ahora cada uno no solamente tiene el recuerdo de este deporte, sino una camiseta de la World League de Valencia. Así podrán llevar el hockey a donde vayan», señala con entusiasmo.
Junto al hockey, el deporte cobró vida con otras actividades como fútbol, baloncesto, tenis o running en otro gran ejemplo de que el deporte es la perfecta prueba de integración y diversión.
Llevar el hockey a los rincones del Gran Valle de Rift es llevar un deporte que promueve la integración, el trabajo en equipo, la cooperación y el autocontrol. Valores que encontramos a menudo en el deporte. María llevó esta filosofía a los niños de las tribus kenianas: «La razón principal por la que decidí enseñar hockey a los niños es porque considero necesario que conozcan la gran diversidad de deportes que existen y que tuvieran experiencias y sensaciones nuevas para ellos. Una manera de disfrutar haciendo algo diferente».
El hockey como vehículo de valores
«El hockey integra tanto valores personales como sociales, los niños aprenden a trabajar en equipo para alcanzar una misma meta, a cooperar. Esto les permite identificarse con un equipo, sentirse integrados. Es un deporte que desarrolla el autocontrol, tanto en sus propios movimientos como a la hora de asumir diferentes normas de juego. El deporte es una buena herramienta para enseñar a los chavales la importancia que tienen las normas en la vida cotidiana y para el correcto de la sociedad en general», asegura la valenciana.
María realizó las prácticas de Marketing la pasada temporada en la Federación de Hockey de la Comunidad Valencia. Vivir el hockey desde tan cerca fue una motivación para llevar el deporte del stick en su mochila: «Los recuerdos que tengo del hockey tras mi paso por la FHCV son muy buenos. En este deporte somos como una familia, hay un clima muy bueno entre los jugadores, padres, entrenadores y clubes. Es un deporte con buen ambiente en el que predomina el compañerismo. Al ser un deporte minoritario, todos los miembros de la FHCV se implican para promocionar e impulsar el hockey».
«El hockey integra tanto valores personales como sociales, los niños aprenden a trabajar en equipo para alcanzar una misma meta, a cooperar»
«Nos levantábamos a las seis. Desayunábamos té con pan. Realizábamos tareas de mantenimiento por la mañana. Comíamos a mediodía alubias con maíz y por la tarde comenzábamos con las actividades cuando llegaban los niños. Cenábamos pronto, a eso de las seis y media o siete, cuando se iba el sol. Allí anochece temprano. Ya por la noche hacían sus deberes o estudiaban hasta que se iban a dormir sobre las nueve. Los más mayores nos quedábamos hasta las diez. A las pocas semanas acabaron las clases, nos acostábamos más tarde y podíamos ver películas o caminar por el Valle», recuerda.
Sobre los niños, María comenta que tenían entre 10 y 18 años. Durante esos años recibían la ayuda del centro de acogida. «La mayoría de los niños que llegan a los centros como víctimas del maltrato o por las malas condiciones en las que vivían en las tribus», comenta. «Los niños no tienen casi nada. Y te reciben como uno más. Se alegran al verte. Eso sí, debes respetar su cultura. Los chicos y las chicas siempre están separados. Consideran a la mujer como una persona que debe encargarse de las tareas domésticas mientras que el hombre es quien sale a trabajar».
«Ha sido un experiencia increíble. Todo ha sido inolvidable. El paisaje de Kenia es maravilloso. Poder ver el amanecer y el atardecer es algo espectacular. Poder disfrutar de todo eso, de la gente, el paisaje, ayudarles en las tareas, jugar el hockey con los niños… es algo que volvería a hacer», concluye.