¿No sería mejor darle una vuelta a la formación náutica recreativa otorgándole más peso a la práctica que la teoría y potenciar la cultura de mar?
OPINION
Garrulos, incívicos, moscas cojoneras … Esos son algunos de los calificativos que cuelgan de los medios digitales y redes sociales este verano respecto a los que navegan en moto de agua.
Temporada tras temporada volvemos a escuchar la misma canción del verano con distintos estribillos. Hay veranos que parece que molestan más los kitesurf, otros son el surferos los que amenazan la seguridad en las playas y en este les vuelve a tocar a los de las motos de agua. Está claro que los deportes de agua, sobretodo los que se practican en la playa, lo tienen difícil frente a los turistas de sol y playa, que cuentan con los medios de comunicación afines a la controversia para dejar patente su cruzada estival. Pero este verano la crispación se ha elevado a unos niveles preocupantes, llegando a oírse afirmaciones tales como «Los odiamos profundamente», referidos a los pilotos de las motos de agua.
Es cierto que las motos de agua, por su naturaleza, alcanzan altas velocidades y producen un zumbido al que no nos queremos acostumbrar, y más sí es en alguno de nuestros momentos de descanso playero. También es cierto que algunos pilotos de motos de agua no cumplen con la normativa vigente, llegando a provocar situaciones de peligro cuando se acercan a la costa por zonas no permitidas o cuando navegan por debajo de la distancia de seguridad entre otras embarcaciones. Pero estos comportamientos fuera de la ley no son exclusivos del colectivo que navega en motos de agua y mucho menos podemos criminalizarlos por culpa de unos cuantos “outsiders”.
Por ejemplo tenemos a las embarcaciones autorizadas a navegar sin titulación, el último quebradero de cabeza para las autoridades. Desde que se abrió esta caja de Pandora la cantidad de empresas que han añadido este tipo de embarcaciones a su porfolio es notorio, inyectando un gran número de embarcaciones al tráfico marítimo sin ningún tipo de conocimiento de navegación, legislación ni experiencia, disparando la inseguridad en el mar.
Sin echar la vista muy atrás podemos comprobar que esta misma controversia la generaron los patinetes eléctricos en las ciudades o los quads en las montañas. Y al final todo termina radicando en una regulación más eficiente acompañada de mayor concienciación y vigilancia.
Pero esta avalancha de información destructiva y la presión social que se ha generado ha provocado que muchos clubes náuticos estén optando por una política de no motos de agua y los municipios costeros están trabajando para endurecer la regulación e incluso su prohibición total.
¿No sería mejor darle una vuelta a la formación náutica recreativa otorgándole más peso a la práctica que la teoría y potenciar la cultura de mar?