La taekwondista olímpica reflexiona para Visibilitas.com sobre su historia, sus vivencias, sus emociones y el camino recorrido y el que debe seguir haciendo con la pasión intacta por su deporte
TAEKWONDO | RETRATO
Hay muchas formas de rasgar positivamente el corazón. El deporte veraz, honesto, envuelto en valores y sumamente competitivo proyecta esa capacidad de conseguir remover por dentro. Una sensación vibrante, emocionante, penetrante, que siente el deportista y que con la ejecución de la disciplina que domina logra alcanzar el respeto de rivales y emocionar a quienes fijan sus sentidos en ese momento. No hay duda de que la taekwondista Adriana Cerezo Iglesias (Alcalá de Henares, Madrid, 24/11/2003) tiene esa virtud, tomando la licencia de la reiteración, de rasgar positivamente el corazón. Pura energía, nervio competitivo e intensidad de trabajo y de combate; eso mismo ya le agarra a uno por dentro y lo empequeñece. Más aún incluso, cuando traslada en una conversación cercana, serena, con un discurso tranquilo y bien armado, la madurez de una deportista referente, aunque ella por lo pronto no se ve en ese estadio, que sin salir de un pensamiento humilde al tiempo se esfuerza con su argumentario en la mejora continua para alcanzar los más altos objetivos.
Con solo 21 años, ya amasa medallas de oro por dos veces en campeonatos de Europa (Sofía 2021 y Belgrado 2024) y otra en unos Juegos Europeos (Krynica-Zdrój 2023), y de bronce entre un Mundial (Bakú 2023) y otra edición continental (Manchester 2022). La madrileña cuenta, por el momento, dos presencias olímpicas. En la primera, en Tokio, en aquellos Juegos aplazados a causa de la pandemia del coronavirus a 2021, deslumbró con una competición voraz para lograr la plata y rozar el oro; en París, este pasado verano, no salió el día esperado hacia el gran reto dorado, cediendo en cuartos de final. La reflexión íntima y reposada posterior y el análisis con su entorno ya le lleva a recobrarse y reanudar el camino y el proceso hacia Los Ángeles. Pero, poco a poco, todo a su tiempo.
Adriana viene caminando por el taekwondo desde bien pequeña. Es lo que le genera una serena felicidad, es motivación y un deporte que le zarandea cada mañana cuando se despierta para comerse cada día con todo lo que lleva dentro. Todo un proceso, rotundamente profesional, para luego mostrar una afilada competitividad en cada combate. Todo tuvo su origen, pero lo importante es entender los pilares y los porqués de cómo es y cómo ha llegado a quién es hoy.
Para entender ese quién es, ella misma pone en valor a quiénes le han dado la mano para subrayarse hoy como la figura que es en el taekwondo. Habla de sus abuelos, de sus padres o de su entrenador Jesús Ramal.
“El fondo de esto es que todo lo que han hecho, ha sido por mí, por mi felicidad. Mi abuelo José, el día que decidió bajarme al gimnasio para hacer taekwondo, sin que mis padres lo supieran, pudiéndose meter en un problema, pero solo creyendo que me iba a hacer feliz ya es algo, ya es mucho. Que mi abuela me llevara todos los días en bus al entrenamiento, con un frío que pelaba, que se sacara el bono, se pasara tres horas esperando para darme la merienda y luego yo seguir entrenando. En aquellos primeros momentos, con siete u ocho años, no era consciente. Pero lo hizo porque quería verme feliz. Mis padres, en el momento que ven que yo soy feliz con esto y que me apoyan, fue el primer paso. El hecho de que hayan hecho un esfuerzo impagable, recogiéndome a las once de la noche, me veían un rato, nos íbamos a dormir, y luego el fin de semana les decía que quería ir a un campeonato y allá que íbamos. Cuando decido que quiero seguir haciendo taekwondo pese a que me vieron mal porque justo había dejado de competir y deciden irse a cualquier sitio que me dejasen solo entrenar, que fue en San Sebastián de los Reyes, a media hora de donde vivo, para poder seguir haciendo lo que me gustaba en aquellos momentos que era entrenar. Eso es con once años y me saqué el carné de conducir a los dieciocho, luego fueron siete años llevándome todos los días. Todo lo hacían por mí después de estar todo el día currando. La inversión de dinero que hicieron. Y la condición era que no bajara en los estudios. Recuerdo momentos en los que he estado mal y he perdido un campeonato, llamarles y estar dos horas al teléfono, llorando y entrando en bucle cuando sé que sufren por mí y estaban mal con eso. Y Jesús, mi entrenador, en el momento preguntó cuántos años tenía, le dicen que once, y dijo que fuera ya mismo a entrenar y si no quería competir nunca que no lo hiciera. Lo que son las elecciones de la vida, un sí o un no, un decidir, un pensar un día algo y que tenga tal repercusión. Y todo ello me ha llevado hasta aquí. El valor dicen que está en nosotros los deportistas, pero si ellos, mi entorno en este caso, no hubieran puesto esas bases no estaría aquí. Yo he hecho la parte fácil: entrenar que era lo que me gustaba, lo que me hacía feliz”, relata.
El comienzo de todo
Los padres de Adriana tuvieron claro siempre que su hija debía tener vínculo con el deporte. Su madre había hecho atletismo y su padre había jugado a balonmano. Ella, a tiernísima edad todavía, estuvo en ballet, en gimnasia, en tenis o en patinaje artístico. De familia trabajadora, eran sus abuelos los que la recogían del colegio, con los que comía y luego le llevaban a las extraescolares, pero la cosa duraba poco porque nada le encajaba y acababa llorando. Su abuelo José y ella compartían especiales momentos viendo películas de artes marciales de los Bruce Lee, Jackie Chan o incluso de Van Damme o Schwarzenegger. “Me disfrazaba, me ponía una cinta en la cabeza y empezaba a pegar patadas”, cuenta. Su abuelo, a decisión propia, decidió llevarla a un gimnasio donde se daba taekwondo justo debajo de su casa. Ella misma, con solo cuatro años, sintió que era su sitio. A los pocos meses tuvo su examen de cinturón. Fue cuando se enteraron sus padres y fueron por primera vez a verla. La cara de felicidad de Adriana fue suficiente y desde entonces el apoyo de estos fue total, siendo un pilar fundamental.
«El factor educacional y lo que te inculquen en casa es muy importante y se lo agradeceré siempre»
Adriana era feliz entrenando. Empezó con un maestro coreano y su hijo. Cerró ese gimnasio y fue a otro que estaba en Alcalá (Maroño se llamaba al principio y luego Alcalá Adidas). En aquellos momentos estaba en plena etapa formativa con la modalidad de poomsae, la tecnificación, el Taekour y progresivamente el combate. “Me encantaba estar en el gimnasio. Entrenaba más de pequeña con ocho años que ahora”, relata.
Su rutina era clara: colegio por la mañana y hasta las cinco. Comía en casa de sus abuelos. Cuando salía de clase por la tarde, su abuela la llevaba al gimnasio, donde iba hilvanando horas, paraba a merendar con su abuela, seguía y se pasaba entrenando hasta las once cuando regresaba a casa con sus padres, que le veían ese último tramo. Organizada y disciplinada desde bien pequeña, el pacto lo cumplía: sus etapas académicas las sostenía perfectamente, luego el esfuerzo familiar era incondicional para que ella fuera feliz.
“No podía vivir sin taekwondo. Era una prioridad y hacía todo lo que debía para mantenerlo. Creo que todo deriva de la educación que te den tus padres. El factor educacional y lo que te inculquen en casa es muy importante y se lo agradeceré siempre. Todo esto que recogí de pequeña lo he interiorizado en adelante por mi misma. Es un hábito. Un modelo de organización y de disciplina que tengo ahora por ejemplo estudiando la carrera ( estudia Ciencias Forenses – Criminalística) y llevando mi trayectoria deportiva. Es compatible, creo que no hay que elegir”, valora la madrileña.
La relación ‘amor-odio’ con la competición
Entrenar, entrenar y entrenar. En ese espacio era feliz. Siendo cadete fue por primera vez campeona de España. No obstante, reconoce que tenía mucho miedo a perder, le generaba ansiedad, y decidió que quería seguir en el taekwondo pero entrenando. No obstante, la respuesta que se llevó en el gimnasio en el que estaba entonces fue un duro golpe inicial: si no competía, no podía seguir. Sin embargo, su padres hablaron con Jesús Ramal. Él les preguntó qué edad tenía Adriana: once entonces. Le contaron la situación experimentada. Lo tuvo claro: “Que venga aquí ya mañana mismo”. Empezó en Hankuk, En San Sebastián de los Reyes. Y allí sigue. Aquella niña de Alcalá de Henares solo quería disfrutar entrenando. Y Jesús no hizo otra cosa que velar por ello, quisiera o no competir; el propio proceso diría.
Adriana había encontrado su lugar. Le gustaba el entrenamiento de alto rendimiento, de hecho, pero sin esa obligación de competir. Al poco, acudió a un campamento de verano a modo de concentración en Finlandia. Allí realizaron un Tk5, un campeonato de exhibición. Se notó nerviosa, pero salió adelante y fue un paso. Recuerda que lo pasó mal en los primeros campeonatos cuando decidió volver a competir. Poco a poco, esas sensaciones se fueron diluyendo. Regresó a campeonatos de España y fue a su primer Europeo siendo cadete. Pero la clave estuvo en 2017. Se dio la oportunidad de viajar al US Open en Las Vegas (Estados Unidos). Tenía unos trece años. La competición se desarrolló en un casino. Hizo cinco combates y ganó: “Fue un campeonato súper duro, pero me quedé con esa sensación de quería eso. Para mi ese momento fue un punto de inflexión, de pensar si esto ha de ser mi profesión quiero esto”.
«Me gustaría alcanzar ese reconocimiento de que lo que haya ganado me lo haya merecido, que se hayan hecho las cosas bien»
Tras el paso por Las Vegas, Adriana tuvo una conversación con sus padres. Ellos le explicaron lo que significaba el deporte de alto rendimiento y la competición en esa línea. Su apoyo iba a ser total si ella verdaderamente lo quería y estaba dispuesta, más allá de que consiguiera o no resultados, a darlo todo de ella. Y la duda de Adriana fue tanta como ninguna. Jesús Ramal y Suvi Mikkonen creían en ella (entonces tenía trece años) y le ofrecieron un contrato como deportista franquicia del Hankuk.
Considera que, generalmente, había ido llegando tarde en cuanto a la competición. Siendo cadete logró su primera medalla de bronce. Empezaba a destacar. Poco a poco. Incluso por detrás de otros niños y niñas. Pero avanzaba y mejoraba. En junior de primer año fue a su primer Mundial; cayó en cuartos. Recuerda que dio un gran paso adelante en junior de segundo año y primero de sub’21. Tuvo una considerable importancia las estancias que tuvo entrenando en Serbia: “Era muy duro: comer, dormir, entrenar muchas horas. Era una vida de profesional desde muy pequeña. Y eso me gustó mucho. Hubo un cambio de rendimiento y un cambio de chip en mi cabeza. Mi entrenador también me veía ese crecimiento. Y llegó el momento de ir al campeonato de Europa sub’21 en Suecia y quedé campeona de Europa. Hice cinco combates con chicas que tenían categoría absoluta y resultados en Grand Prix y fue como un boom”, explica. Regresó a España y ganó el junior. Su nombre empezaba a sonar con fuerza y, entonces, se planteó algo que hasta el momento no había considerado: estar en el Preolímpico. Y fue momento de otra conversación importante. Jesús Ramal le explicó lo que aquello iba a significar en clave de entrenamientos, exigencias, competición, compromiso. De nuevo, sin duda por parte de Adriana, pero no dio una respuesta inmediata, sino que esperó a acabar el entrenamiento de ese día: Sí.
Entonces la madrileña también entró en la escena absoluta de su categoría (-49 kilos). En todo caso, había solo posibilidad para dos deportistas y pesos. En esa terna estaban nombres como Marta Calvo y Cecilia Castro. Adriana ganó el campeonato de España absoluto de forma contundente. Y fue momento de ir a campeonatos internacionales de máxima categoría. Suecia fue otro de esos lugares clave en su trayectoria. Hizo bronce en la President Cup, pero las sensaciones, pese a caer en semifinales, le decían que estaba lista.
Rumbo a Tokio y luego a París
El proceso se vio frenado por la pandemia del coronavirus de 2020. Un tiempo de stand by, en el que procuró no parar y entrenaba con su padre, ataviado con las protecciones que le había mandado. Su padre incluso tuvo alguna lesión derivada de aquel trabajo. Obviamente, la disposición era total. Cuando los deportistas de élite ya pudieron reenganchar la actividad, y quienes podían estar en el Preolímpico pudieron estar en competiciones internacionales. Fue de menos a más. Y ganó el campeonato de Europa de Sofía (Bulgaria). Fue definitivo para ir al Preolímpico y de ahí rumbo a Tokio. Unos Juegos atados a las circunstancias de la Covid, a la burbuja, a lo frío en la celebración, pero en los que fue subcampeona olímpica. En la categoría de –49 kg, derrotó en dieciseisavos de final a la serbia Tijana Bogdanović, en octavos a la china Wu Jingyu y en semifinales a la turca Rukiye Yıldırım, y en la final perdió contra la tailandesa Panipak Wongpattanakit con un resultado de 11-10.
“Fue una locura. Era un objetivo deportivo y personal, un sueño, estar en unos Juegos, y se consiguió. Competimos muy bien hasta esa final con la plata. Al principio, el haber quedado tan cerca del oro olímpico me dolió, pero acabé entendiendo lo que se había hecho. Y a partir de ahí fue un ‘boom’ en cuanto a lo mediático, marcas, becas. Cambió mi vida en ese sentido. Y tratamos de tomar las mejores decisiones para sobrellevar algo que desconocíamos, un mundo nuevo para nosotros, que nos sobrepasaba por momentos, pero que tratamos de gestionarlo de la mejor forma posible. Y en lo deportivo, seguí entrenando en mi gimnasio, con mis estudios, con la forma de trabajar que teníamos. La idea siguió siendo tener un camino recto, rendir, competir, entrenar, pero al tiempo teníamos la posibilidad de algo importante como es proyectar la imagen del taekwondo, que se hable de él, ayudar en su promoción y en la de otros deportes también menos mediáticos”, cuenta.
Adriana siempre ha sido clara en sus retos, en sus objetivos. Quería ir a por el oro en los siguientes Juegos, en París 2024 este pasado verano, quería seguir creciendo, mejorando, preparándose por ese sueño, pero sin restar a esa demostración de una madura Juventus, de humildad, de serenidad. Siempre ha sido consciente de que lo que ella podía buscar en un Mundial, un Europeo, unos Juegos, es lo mismo que ambicionaban las clasificadas para la competición en cuestión.
En París, el corte estuvo en cuartos de final. Tenía seguridad Adriana Cerezo en alcanzar la lucha por las medallas en los Juegos Olímpicos de 2024. El plan de trabajo previo estaba ejecutado. Avalaba al argumentario de la que fue subcampeona olímpica de taekwondo en -49 kilos en los Juegos de Tokio con 17 años. Tres años después, con 20, con mayor recorrido, experiencia, no escondía, siempre desde lo terrenal, la serenidad y el respeto a sus posibles rivales, que a París acudía a por el oro. Y efectivamente era una de las favoritas a ello.
La taekwondista de Alcalá de Henares se levantó ilusionada, con ambición y sabiendo del respaldo de familiares, amigos y aficionados en el Grand Palais. Superó los octavos ante la uruguaya María Sara Grippoli. Pase a cuartos. Allí la esperaba la iraní Mobina Nematzadeh, que tenía el séptimo puesto del ránking mundial por el segundo de la española. Nematzadeh sorprendió a Cerezo, que apenas pudo sumar algunos puntos. Quedaba la opción del bronce por la repesca, pero Nematzadeh no accedió a la lucha por el oro y también le cortó el paso. Adriana cayó definitivamente en cuartos de final.
Duelo, reflexión, superación y mirada positiva
“Fue un palo. Más cuando tienes tus expectativas tan altas de querer conseguir algo y no lo logras o no se cumplen o en este caso ves que te quedas lejos. Tienes una fase de impotencia, de rabia, de llorar, y luego de vacío. Pero ese vacío lo relleno con que me gusta entrenar y tengo cuatro años para empezar a reajustar el cuerpo, mejorar y corregir cosas, ir a más como atleta, pero quedarme tranquila con que hice lo que tenía que hacer, me preparé como tenía que hacerlo, y luego son combates de dos minutos y la progresión hasta una final. Si tienes el día o no se da en el momento. Vamos a seguir buscando que llegue ese día perfecto”, subraya.
Tras París tuvo unas vacaciones. Eran necesarias. Sentía que debía irse lejos. Compró unos billetes para Estados Unidos. El primer tramo era de Madrid a San Francisco, lo que dio para reflexionar, para pensar, para hacerse preguntas y obtener respuestas. Siguió luego hacia Los Ángeles y acabó en Miami. Fue resolviendo esas cuestiones: ¿La preparación había sido buena? “Fue increíble; ahí no está el problema”. ¿La presión mermó? “Considero que no, más expectativas que tenía yo no tenía nadie”. ¿Dudas sobre el taekwondo? “En absoluto, me muero por entrenar”. Queda mucho por delante para Los Ángeles 2028, pero Adriana se enfoca para, muy motivada, trabajar en ello mucho, disfrutar del proceso, mejorar, y rendir al máximo en todas las competiciones que habrá por el camino: “Lo que pasó en París no lo voy a cambiar. He vivido una cantidad enorme de emociones, algunas horribles, otras bonitas de gente que verdaderamente me apoya, que me llevo conmigo y se hace bueno aquello de que de todo se aprende. Y ahora cojo el camino de nuevo con más motivación y el hambre es más grande todavía”.
Adriana y su mensaje
Casi podrían leerse las últimas líneas del relato a modo de retrato biográfico de Adriana Cerezo con un tema muy significativo para ella, que conoció en el campeonato de Europa: ‘The Champion’, de Carrie Underwood & Ludacris. El taekwondo es su vida. Su motivación. Reconoce que es un orgullo tremendo cuando “se acerca un niño o una niña y dice que quiere ser como tú. Sin embargo, internamente tengo ese concepto de que he de hacer todavía mucho más para ser considerada así, como una referente. Que se vaya haciendo camino. Creo que estoy haciendo las cosas en la línea correcta, pero habrá para quién no, y eso lo iré descubriendo”.
“Me encantaría que el día que deje esto haya sido capaz de haber ayudado a hacer crecer el taekwondo y el deporte, y pensar que hay una, dos, tres, cuatro,… niñas o niños que han visto la tele, me han visto y les ha impulsado a querer ser lo mismo, ser un poco inspiración. Y a nivel deportivo, me gustaría que se me reconociese por la intensidad de trabajo, la intensidad de combate. Me gustaría alcanzar ese reconocimiento de que lo que haya ganado me lo haya merecido, que se hayan hecho las cosas bien”.
Con el taekwondo tatuado en el corazón, que es lo que a ella le rasga positivamente, se levanta cada día. Y cuando la exigencia le cede tiempo, le gusta salir con sus amigos, hacer planes para algo tan sencillo como comer o cenar, como irse con su madre a Madrid a disfrutar de un brunch, o con su padre a comer, o ponerse series como Castle. Pero la esencia está clara: devolver al taekwondo son toda su alma lo que ha ido recibiendo y experimentando. Queda mucha historia, pero eso lo iremos viendo y seguro que celebrando.