Muchas mañanas durante la Copa del Rey departimos sentados en una mesa con su mujer y sus hijos
OPINIÓN
Recibo con mucha tristeza el fallecimiento de mi amigo Alberto Roemmers, todo un personaje de la vela mundial y un caballero sin parangón. Le conocí allá por los noventa en los desayunos del hotel Meliá Victoria, donde ambos nos alojábamos durante la Copa del Rey Agua Brava, a la que él acudía con el Matador, a competir y con el maxi Alexia a ver la regata, si es que había algún día que Alberto decidía no embarcarse en el barco de competición.
Siempre en la misma mesa sentado con su mujer Hebe y sus hijos, Alberto, Alfredo Pablo, Alejandro Guillermo y Andreas Christian, que tristemente murió en 1998, departiendo amigablemente temas de la regata. En esa mesa tuve el honor de sentarme alguna vez que otra porque él mismo me lo pedía diciendo: «buenos días, Suevos, siéntese aquí con nosotros»
Gran empresario, culto, muy educado y con una familiaridad poco usual en este deporte de la vela. Allí, en aquella mesa del hotel Victoria departimos sobre navegación, sobre la pasión que ambos teníamos; hablábamos sobre las curiosidades de la regata y sobre el Rey Juan Carlos al que adoraba.
Mis recuerdos con él son todos positivos. Aprendí muchas cosas dado que para mí era un hombre sabio, pero la que más me llamó la atención fue como, sin querer, me enseñó a tener paciencia con las tripulaciones y a poner la confianza en una persona, lejos de la familia, que tuviera todos los galones en el barco. Así lo tenía él gestionado con Guillermo Parada y en verdad, esa confianza le ha dado siempre buenos frutos.
Luego llegó a MedCup, en la que cómo no, la familia Roemmers estuvo implicada con el TP 52 Matador, que en ocasiones fue patrocinado por Siemens.
Fue una época en la que coincidí con él en alguna de las cenas del circuito cuando yo era el armador del Valle Romano. Recuerdo una especial en Cartagena, en el teatro romano, donde tuve otra vez el honor de sentarme a su lado y al de su esposa.
Para mí, a pesar de que hacía mucho tiempo que no lo veía, ha sido una gran pérdida. Siempre le recordaré como un armador ejemplar, que sabía ganar y perder, y como una persona entrañable con la que se podía departir sobre cualquier cosa.
Alberto, buena proa hacia el cielo, que te lo tienes ganado. Aquí, en la tierra te echaremos de menos, pero siempre tendremos encendido uno de los candiles del barco en honor al que fue un gran hombre y un gran regatista.