La tenista, de origen moldavo y nacionalidad española, no se pone objetivos numéricos, sino vinculados a proyectar su mejor versión desde los adentros
Las historias únicas. La virtud del escuchar, del interiorizar, del comprender, y la inquietud ilimitada para abrazar conocimiento, de querer crecer más y más interiormente. La singularidad de los relatos. La capacidad para contarse a una con la viveza de la mirada y la fuerza de los gestos y las manos, que refuerzan la conjugación de palabras que dan forma a un discurso firme y limpio. La proyección de lo que se es. De lo apasionado por las cosas que de verdad importan, por los detalles, por los momentos en soledad y junto a otros, por la honestidad de uno y de lo que le entreguen los demás; y al tiempo el progreso de tardía pero veraz pasión por lo suyo, que es el tenis.
Una conversación tranquila con Aliona Bolsova (Chisináu, Moldavia, 6/11/1997) enriquece. El tenis, donde brilla y quiere alcanzar todo lo que su mejor versión le pueda dar, buscada de forma incansable con trabajo incondicional, es un perfil de su vida. Como lo es la voracidad por los libros y por escribir. Se ha animado a ello ¿Por qué no? Como lo es también su estudio de la Historia; enamorada de ello. Como lo es igualmente disfrutar de una vida que tantos momentos buenos como malos da. Como lo es, innegociablemente, el poner en valor el papel de la mujer en la sociedad y subrayar la igualdad.
Esas historias únicas las escuchó y las agarró fuerte en casa, siendo fuente de valores y raíces: “Una gran enseñanza es relativa a la fortaleza. Mi familia ha sido fuerte y ha sabido sobreponerse a situaciones difíciles. Mi familia cambió de país y empezó de cero en España sin conocer el idioma, sin tener mucho dinero. Tuvo que luchar para establecer una base para darle de comer a sus hijos… Valoro la resiliencia, el luchar y aguantar la presión. Más atrás en el tiempo, mis abuelos, en la antigua Unión Soviética , vivieron las guerras y vieron y vivieron situaciones durísimas. Vieron cómo le pegaban un tiro a alguien en la calle. Las historias me han transmitido me han permitido aprender de su fortaleza para sobreponerse a situaciones difíciles en la vida”.
“Puedes salir de cualquier situación difícil si no olvidas que no se vive con el cuerpo, sino con el alma, si recuerdas que tienes algo más fuerte que cualquier cosa en el mundo”
Lev Nikoláyevich Tolstói
Aliona nació en la moldava Chisináu. Su familia al completo puso rumbo a España cuando ella tenía tres años. Se instalaron en Palafrugell (Girona). Y empezaron de cero. Su recuerdo -y lo que contaron- le lleva a saberse ‘criándose’ pegada a una pista de atletismo. Hija de Olga Bolsova (saltadora de altura y más tarde de longitud) y de Vadim Zadoynov (vallista en 400), que fueron olímpicos. Su madre representó al Equipo Unificado en Barcelona 92, y a Moldavia en Atlanta 96, Sidney 2000 y Atenas 2004. Su padre coincidió en los mismos salvo en la cita olímpica griega. Su abuela Valentina Maslovska fue una velocista que disputó los Juegos de Roma 1960 con la Unión Soviética y su abuelo Viktor Bolsov, dos veces olímpico, subrayó brillante su figura en salto de altura. Historias escuchadas en la calidez del hogar. Narraciones de grandes deportistas. Vivencias. Aunque la presencia de su padre Vadim se convirtió más en gelidez y presión hasta el exceso. Hay historias -o enseñanzas- que suman, que curten en positivo y otras que se hilvanan negativas, pero que se identifican como lo que uno no quiere ser o hacer.

Su relato con el tenis no empezó bien. No hubo un enamoramiento, ni un abrazo a ciegas, ni una pasión de niña para crecer con ello. Recuerda vagamente a Sharapova ganando Wimbledon. Pero al tiempo bucea en esos mismos recuerdos y su inicio en el tenis fue mezcla de la curiosidad de una niña y el imperativo paterno: “Era muy tímida y desde pequeña me costaba mucho relacionarme con los niños. Me daba vergüenza ir. Fui adaptándome poco a poco y me fue gustando. Un proceso en el que fui pasando de un entrenamiento a más a lo largo de la semana y a competir poco a poco. Pero de fondo no había una relación de amor por el tenis, me obligaba mi padre a jugar y yo desde bien pequeña, desde los 13 o 14 lo quería dejar. Me generaba mucho estrés, mucha presión, mucha ansiedad… Yo quería ir al colegio. Me gustaba mucho estudiar. Quería ser ‘normal’. No me dieron realmente opción, pero yo no quería jugar. Todo aquello fue la causa de sufrir bulimia. Con toda la presión que tenía encima por mi padre acabé odiando el tenis. No era la manera cómo quería estar en un deporte, pasándolo tan mal”.
Escapó de todo eso con una beca en Estados Unidos. Oxígeno. Necesitaba un cambio. Necesitaba reencontrarse primero a sí misma. Se ahogaba. Se liberó del tenis; no totalmente, pero sí de lo competitivo. Ya en la universidad, en Estados Unidos, empezó a estudiar Diseño de Moda en Oklahoma. Un año. Pasó luego a Florida y empezó a estudiar Historia.
“Desde casi los 15 años, tenía periodos de vomitar. No se puede decir que fue nada grave. Supe verlo a tiempo y pedí ayuda cuando estuve en el CAR de Barcelona. Nunca pasó nada más allá que no fuera controlado. Pero desde los 15 hasta los 18 o así tuve mis épocas con la bulimia. Sí empezó más por el tenis, por la presión que tenía de ganar todo y cuando perdía pues era una manera de canalizar mis emociones. Era la época en que las chicas nos vemos gordas y estamos pasando por cambios hormonales y quizás también contribuyó. Pero fue más la presión del deporte y el encontrar una vía de escape. No siempre es la mejor como en este caso, pero hay veces que es la única que encuentras. Soy súper abierta respecto a esto y lo cuento como un mensaje para decir que todo pasa, que se puede pelear, que se puede trabajar para estar bien. Todo el mundo pasa por situaciones malas, por putadas de la vida”, relata Aliona. Tiene varios tatuajes en su cuerpo. Uno de ellos es una llave. Simboliza el cierre de una etapa de su vida vinculada a esta enfermedad.

La ayuda la encontró en su familia. Abraza el amor de su madre y su padrastro. Y en su recorrido da las gracias a su equipo con Lourdes Domínguez y Ana Alcázar. Y a Andrés, su exentrenador en Florida antes de acceder al CAR, que le sugirió y alentó a que se diese una nueva oportunidad con el tenis, siendo origen de su reconciliación con este deporte, que por fin abrazó. Pero, ante todo, se reencontró a través de un trabajo personal: “La verdad es que al principio la recuperación fue más conmigo misma. Encontré un refugio en los libros, me leí algunos libros de autoayuda. Reflexioné conmigo misma, en mi conciencia, reconstruí cosas y mejoré muchísimo a nivel personal y de autoestima”.
En verano de 2018, poco antes de viajar a Valencia para competir en el BBVA Open, tenía pensado seguir en la universidad. Quizás jugar durante el verano y perder un semestre, pero regresar. Sin embargo, se fue dando todo rodado. Progresó y progresó. Decidió regresar definitivamente para instalarse en Barcelona y seguir Historia por la UOC. Fue dando cada vez un punto más de su mejor versión. Creciendo. Disfrutando. Elevándose en el ranking WTA. Su tenis, valiente, agresivo, firme y limpio, le fue llevando hasta su mejor posición (número 88 en julio de 2019): “No tengo un objetivo de un número en realidad. Quiero llegar donde pueda con mi mejor versión. La busco en cada entrenamiento y cada torneo. El objetivo real es mejorar; tener siempre esa disposición a querer ser y dar lo mejor de una misma. Pero al tiempo relativizando todo. Al final el tenis es una vía profesional, que disfruto, que me gusta, pero tengo claras mis prioridades en la vida”.
“Soy un alma libre. Soy una persona que estoy buscando en todo momento crecer como individuo, como ser humano. Tengo muchas ganas de aprender, siempre estoy leyendo, viendo documentales. Me gusta conocer; ansío el aprendizaje de lo que a mí me interesa, de temas más culturales, de realidades sociales. Me gusta ser partícipe de proyectos sociales para ayudar a los demás. Valoro el dinero en la medida que te dé una base para vivir y poder afrontar lo necesario; mientras tenga para vivir”.
«Procurad leer libros inteligentes y serios y la vida hará el resto”
Fiódor Mijáilovich Dostoievski
Aliona, Ali, es una apasionada de la Historia y de la lectura y del arte: “Soy un poco de la vieja escuela, de los libros en papel, de escribir a mano, me gusta mucho escribir, estoy medio escribiendo un libro, una novela. Leo de todo, pero al escribir mi estilo es más la novela. Pero bueno, solo estoy experimentando ahora mismo. Los sueños hay que perseguirlos. Por lo menos que nadie te pueda decir que no lo has intentado y has hecho todo lo posible. Si luego no sale, no ha salido; escribirlo lo escribiré, igual es una puta mierda, pero lo intentaré (ríe)”.

Para la gente se define y se entrega como a ella le gusta que sean quienes le rodean: “Auténticos, transparentes, honestos, sinceros. Al final es que tú estés con alguien y digas o veas que se está mostrando tal y como es. Lo mejor es tener un círculo pequeño de verdad a que sean muchos y no sinceros. Cuando veo que alguien me resta, ya sea en el deporte o en mi vida personal, digo: ‘Es que esta persona no la quiero en mi vida’. No me tiembla el pulso en quitarla de mi vida. ¿Para qué sufrir innecesariamente con alguien que es tóxico para ti?”
Aliona no es, o no solo es, la tenista de los tatuajes de la rosa y la leona, de las camisetas de tirantes y los shorts, del pelo corto y la cinta, que es diferente en el circuito, que se sale de lo establecido por una cuestión de autenticidad, y tampoco es solo quien sigue creciendo en WTA o con excelentes capítulos de la selección española -tienen la nacionalidad desde 2013- en la Copa Federación, sino que es una persona que transmite historias y relatos e inquietudes, que defiende la igualdad, que pelea por los demás y pone en valor los pequeños detalles y disfrutes de la vida, de la que se aprende aún más en momentos duros como el actual, donde manda la pandemia del coronavirus.