Por Marina Ferragut, ex jugadora de baloncesto (253 veces internacional) y olímpica en los Juegos de Barcelona 1992 y Atenas 2004, logrando diploma en sendas ediciones
Ayer por la noche, en las celebraciones del 25 aniversario de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 recordé, recordamos una cita que cambió nuestras vidas para siempre. Sin duda, el mejor de los logros deportivos para muchos de los que tuvimos la suerte de poder pisar el Estadio Olímpico de Montjuic aquel 25 de julio de 1992. Un estadio abarrotado que, como recordó ayer el Rey Felipe, nos aclamó y recibió con una ovación que caló bien hondo en todos los presentes. Nunca en mi vida podré olvidar ese momento y la sensación de que todo el trabajo y todo el esfuerzo cobraba sentido ese día.
Ayer, compartíamos acto unos cuarenta deportistas olímpicos y paralímpicos con muchas más autoridades, representantes políticos y medios de comunicación que, en algún caso, utilizaron sus discursos para reclamar y clamar causas pendientes mostrando un gran repertorio de idiomas.
Entre todos ellos el discurso más sincero y apropiado a esa cita fue el del Rey que, como abanderado de aquellos Juegos, habló también desde el deportista y desde la persona que vivió en primera persona y desde dentro la magia de ese momento.
Ojalá este espíritu deportivo empapara en la sociedad en todos los ámbito. Y que los cargos políticos y de representación los ocuparán personas que de verdad saben lo que es trabajar y luchar por las metas desde la humildad y la honestidad.
Aquella Olimpiada y aquellos Juegos nos envolvieron de ese espíritu y de esa magia. Ayer, la magia volvió a Montjuic, sobre todo, para aquellos que vivimos aquel momento con la pasión que una cita de esas características nos brindaba.