“Hay un cambio radical en la actitud que lo explica todo. Ahora cree, ahora se quiere, ahora vuela”
La opinión de Enrique Yunta
Como todas, Garbiñe Muguruza creció con la obligación de ser como Arantxa Sánchez Vicario, la tenista española de mejor currículo, una raqueta carismática que llegó a la cima después de rebozarse por la tierra de París, de iluminar la Estatua de la Libertad en Nueva York, de morder medallas olímpicas y de abrazarse a Conchita Martínez para celebrar hasta cinco Copas Federación.
Como todas, Garbiñe Muguruza entendió que la comparación existiría siempre, necesitado el pueblo de alegrías para soltar lastre y olvidar el pasado, o al menos para ilusionarse con el futuro. Pero Garbiñe Muguruza, a la vista está, no es como todas, instalada en el ático de la WTA y con toda una vida por delante. Es única.
Antes de su eclosión y de que fuera una más del circuito, hará ya unos cinco años, los entendidos llamaban siempre a la puerta para advertir de lo que ahora es una realidad. «Seguid a esta chica, es una bomba. Seguidla porque lo tiene todo para ser número uno».
Es muy recurrente etiquetar entre los jóvenes, y ha habido cientos de números uno que no han llegado ni a acercarse a la élite, pero resultaba tan convincente la frase cuando se hablaba a Muguruza que los medios pusieron muy pronto el foco en la hispanovenezolana. Hoy ya es la número uno del mundo y esta alegría compensa el tortuoso viaje hacia el paraíso.
Porque a Muguruza, precisamente por ser diferente, precisamente por ser única, se le ha exigido, se le ha cuestionado y se le ha reprochado algún que otro tachón en su cortísima carrera —son solo 23 años—, entendible porque solo a las mejores se les pide más y más. De las lágrimas de impotencia en el último Roland Garros al estallido de Wimbledon, confirmado después con el éxito de Cincinnati y el ascenso al trono, hay un cambio radical en la actitud que lo explica todo. Ahora cree, ahora se quiere, ahora vuela. Efectivamente, había que seguirla. Garbiñe Muguruza tiene de todo.