La gimnasta norteamericana, con cinco medallas en Río —cuatro de oro—, se pone como reto otro ciclo olímpico para alcanzar el mito
Las cinco medallas olímpicas, cuatro de ellas de oro, conseguidas en Río por Simone Biles la convierten en una de las referencias de estos Juegos Olímpicos y, si no sucumbe a la trituradora de gimnastas que es la selección estadounidense, en un posible nuevo mito de este deporte. Biles se va de Río con los dos oros más valiosos, el individual absoluto y el de equipos, otros dos en sendos aparatos, suelo y salto, y una medalla de bronce en barra, donde se le escapó la victoria por un inoportuno resbalón que casi le cuesta la caída.
El botín de Biles la convierte en la tercera deportista más laureada de los Juegos, por detrás de sus compatriotas Michael Phelps (cinco oros y una plata) y Katie Ledecky (cuatro oros y una plata).
Estados Unidos ha ganado el oro individual femenino en las cuatro últimas ediciones de los Juegos, pero cada vez con una gimnasta diferente. El reto para el equipo es cuidar a Biles para que aguante otro ciclo en el estado de forma soberbio en que ha competido en Río. Si renovase el título, algo que solo han hecho dos mujeres en toda la historia, sería verdaderamente universal.
Simone Biles representa la quintaesencia de este deporte: cuando entra en la sala, lo hace para ser la número uno. Entre ella y la perfección no hay ningún filtro.
Su mayúsculo botín en Río completa un trienio glorioso, que comenzó en 2013. En ese año, a los 16, debutó como internacional y ganó en Amberes su primer título mundial. Siguieron luego dos más, en 2014 y 2015, una racha nunca lograda por nadie. Tres veces consecutivas campeona del mundo, el título olímpico era cuestión de tiempo.
Estados Unidos es una fuente inagotable de producción de gimnastas. Las últimas cuatro campeonas olímpicas han salido de esa fábrica: Carly Patterson en 2004, Nastia Liukin en 2008, Gabrielle Douglas en 2012 y Simone Biles en 2016.
La competencia es tanta que es muy extraño que alguna pueda repetir. Douglas estuvo con la selección estadounidense en Río, pero ni siquiera pudo disputar la final individual. Acabó la ronda de clasificación tercera, pero tenía por delante a Biles y a Alexandra Raisman y solo se admite a dos gimnastas de un mismo país por final.
Biles ya tiene reto: aguantar un nuevo ciclo y convertirse en la tercera mujer en la historia que revalida el oro olímpico, algo que no consiguió ni siquiera Nadia Comaneci, campeona en 1976 pero subcampeona en 1980. Sí lo habían hecho la soviética Larisa Latynina (1956 y 1960) y la checa Vera Caslavska (1964 y 1968).
Era Caslavska la que tenía hasta ahora el mayor margen de puntuación entre el oro y la plata, con sus 1,40 de diferencia sobre la soviética Zinaida Voronina en 1968. Biles deja ese registro en nada con sus 2,10 de hueco sobre Raisman.
La biografía de Biles se acopla perfectamente al modelo del sueño americano: miembro de una familia desestructurada, adoptada por su abuelo y la mujer de este debido a la desatención de su madre, comenzó a practicar la gimnasia en Texas a los 6 años. Alguien adivinó su talento y la encaminó hacia un entrenamiento serio. El último capítulo de esta historia se escribe en Río.
A los 15 años Biles abandonó la escuela pública y continuó en casa sus estudios de bachillerato, para dedicar así más tiempo a la gimnasia. Se graduó en 2015, siendo ya doble campeona mundial. Un año después ya suma, entre las distintas disciplinas, diez títulos mundiales y cuatro olímpicos. No hubo en Río nadie que se le acercase.
Texto: Natalia Arriaga. Fotos: EFE
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