La jugadora de la Selección española y del FTC Rail Cargo, una Guerrera pura, repasa su recorrido y desprende su filosofía vital en Visibilitas
Implacable en su balonmano. Honestidad, sinceridad y rotunda transparencia barnizan su personalidad, hecha, como confiesa, por los valores y vivencias que precisamente su deporte comenzó a inocular desde bien joven a Nerea Pena Abaurrea (Pamplona, Navarra, 13/12/1989). En una pista, cualquier jugadora quisiera tenerla al lado, en su equipo, porque se vacía sin condiciones, porque es puro nervio competitivo; y seguramente a ninguna rival le venga bien tener que frenarla. Fuera de ello, en una conversación reposada, charlando de esto y aquello, de su recorrido, de cómo afronta lo que la vida le va presentando, de quién es, se muestra cercana, directa, generosa con su interlocutor.
Su relato lo cuenta con vivaz expresión. Ni el entrenamiento más agotador o el partido más exigente le resta lo más mínimo a su esencia personal: extrovertida, meridiana en su discurso. Baluarte de la Selección española; una Guerrera indudable e inconfundible. Y su juego lo extiende desde hace cinco temporadas en FTC Rail Cargo, al que llegó después de madurar veloz en aquel gran Itxako, cuya historia finalizó en 2012 y hubo jugadoras que buscaron acomodo en España y otros en ligas extranjeras, comenzando su particular aventura. Nerea, de espíritu viajero, marchó a Hungría.
En un bucear por su infancia, aunque dice tener «memoria de pez», recuerda aquellos primeros pasos: «Era una niña hiperactiva, era un desastre, súper movida. Hacía mil cosas: desde música a jugar a baloncesto con la cuadrilla, pero vamos que no apuntaba. Empecé en el balonmano por mi hermana. Ella jugaba y, de hecho, empezó a entrenar en un club y buscaban chicas y me dijo de ir. Así que fue mi primera entrenadora. Entonces tenía 9 ó 10 años. Era una gacelilla y siempre corría un montón. Era un no parar. El caso es que comencé a destacar —en Loyola— hasta que me llamó Itxako».
Tenía 15 años cuando hizo su primera pretemporada en Estella. Y al año siguiente, con 16, consensuado con sus padres, decidió marcharse a vivir allá y acabar el Bachillerato, y ya fue cuando comenzó a competir con el primer equipo de Itxako.
Su primera pretemporada en Itxako fue con 15 años y allí ya estuvo hasta los 22 años, donde ganó la liga DHF, la Copa y la Supercopa de España. En 2012, fichó por el Ferencvaros húngaro, donde lleva cinco campañas y es pieza clave
«La determinación de irme para Estella fue la primera decisión importante que tomé y me salió. Mi vida cambió a partir de entonces. Empecé a madurar súper rápido, aprendiendo con personas más mayores que yo, con las que tuve un aprendizaje importante de la vida. No tuve esa etapa propia de la edad de adolescencia porque empecé a dedicarme exclusivamente al balonmano, pero es que tenía las ideas muy claras. Aquello fue el punto de inflexión. Sabía que sería complicado, pero era lo que quería», cuenta Nerea.
Su crecimiento imparable con Itxako lo compaginó con los estudios de Magisterio de Educación Física. «Hay dos cosas de las que sí me lamento un poco que ‘no me ha dejado’ disfrutar la vida deportiva: estudié en la Universidad de Logroño, pero no tuve vida universitaria y me hubiera encantado; y que cuando salí de Pamplona me distancié de mis amistades allí, aunque con el tiempo las recuperé».
La última temporada que pasó en aquel poderoso equipo, en el que se había hecho mujer, precisamente fue la menos buena emocionalmente. Sufrió un Slap en el arranque, que sin embargo superó bien para llegar al Mundial de Brasil, donde España se hizo con el bronce. Pero se enfocaban los meses hacia los Juegos Olímpicos de Londres 2012 —las Guerreras lograron el bronce—. Seis meses antes, en febrero, una grave lesión de rodilla noqueó lo que restó de temporada.
«Sinceramente, no lo pasé muy mal en mi lesión. Aproveché el tiempo off, porque llevaba seis años consecutivos sin apenas parar. Fue tiempo de ‘liberación’, de disfrutar, de estar mucho tiempo en Pamplona, viajé… y creo que lo llevé bien. Lógicamente, me fastidió no ir a los Juegos, pero tampoco pensaba en eso en mi rehabilitación. Es más, tuve la opción de ir, pero no fui porque llevaba poco tiempo tras la rehabilitación. Al final, hubiese llegado a los Juegos con seis meses. Fue mejor así, una buena decisión», subraya.

Precisamente aquella circunstancia le hizo vivir con cierta distancia la crisis de Itxako, la que llevó a la desaparición del club. Seis años pasó en Estella. Cuatro como profesional. Y a los 22 años fue momento de tomar otra decisión. Le llamó su actual el equipo, el FTC Rail Cargo de Hungría: «Fue la otra gran decisión tomada en mi carrera y que también me ha ayudado a evolucionar muchísimo: el irme al extranjero. Y además está la confianza que me mostraron. Me ficharon lesionada, con la rodilla rota. Y, de hecho, me volví a romper allí y siguieron confiando en mí. Siempre he intentado devolverles toda esa confianza que han tenido conmigo. Ha significado mucho. La siento mi gente. Ese club es como lo fue para mí Itxako en su día. Es súper familiar además y me siento parte del mismo».
Su experiencia vital lleva ya cinco años de maduración en Budapest. Y ha hecho multitud de viajes para competir en el escenario internacional. Pero también la Selección le ha hecho recorrer mundo. Asegura, en todo caso, que no se olvida de sus orígenes: «Pasé una infancia muy feliz y adoro Pamplona, el lugar de donde vengo, que no lo olvido nunca. Pero sí es verdad que abrirte mundo te cambia la percepción de tu vida respecto a lo que era entonces. Te abres mundo, ves cosas nuevas, aprendes muchísimo, expandes relaciones,… y si como en mi caso la experiencia es buena pues te cambia la percepción. ¿Estoy a gusto cuando voy a casa? Desde luego, sin duda. ¿Viviría en Pamplona? Quizás no por esa sensación de tener una percepción mayor de las cosas».
Y esos viajes, con las Guerreras concretamente, le llevaron a cumplir el sueño que perseguía: lo encontró en Río de Janeiro, donde compitió por fin en unos Juegos Olímpicos. Allí España logró un diploma tras caer cruelmente en cuartos ante Francia. «Los Juegos, personalmente, fueron un premio para mí, pues mi sueño era participar. ¿Quería una medalla? Claro, pero había que ser realista y sabía que era algo muy, muy difícil. Lo jodido de allí fue el cómo perdimos», significa.
Sin embargo, Nerea Pena no es de lamentarse y obcecarse con el asunto. Como luego pudo ser el Europeo: «El deporte es así; la vida es así. No puedes quedarte ahí pensado mucho porque al final esto te da más oportunidades y de pronto ya estás compitiendo de nuevo y lo que hay que hacer es seguir. No se puede pretender ganar siempre, porque por obvio que sea hay que tener claro que unos ganan y otros pierden y la rueda sigue». Su ilusión a largo plazo está en Tokio 2020, respondiendo siempre a todo lo que venga por el camino.
Logros con la Selección: Diploma en Río 2016; Bronce en el Mundial de Brasil 2011; Subcampeona de Europa 2014 en Hungría-Croacia; y Diploma (4º) en los Juegos del Mediterráneo de Pesacar 2009
Su recorrido existencial viene totalmente marcado por el balonmano: «Este deporte me lo ha dado todo. Desde mi etapa de niña a quien soy ahora. Cuando legué en Itxako al máximo nivel ya era un trabajo, una exigencia diaria súper dura, interiorizando normas, propósitos, objetivos, trabajo constante… Los deportistas adquirimos una disciplina muy concreta y, en casos como el balonmano, esa idea de compañerismo que creo que es muy importante para la vida. Y también me ha dado la maduración rápida en el momento que salí de España, viajas al extranjero sola y tienes que sacarte las castañas del fuego».
La respuesta de Nerea al balonmano, su forma de darle a su deporte, es «agradecerle lo que me ha dado a mí. Procuró darle las gracias con trabajo, echando horas, con mucho curro, disfrutando de lo que hago, sabiendo que el trabajo a veces te da la recompensa que esperas y en otros casos no».
Todo ello lo brinda en Budapest y con la Selección, pero lanza un lamento y una reivindicación: «Es una pena como está el nivel deportivo del balonmano en España. Ojalá saliera un proyecto nacional de primer nivel europeo respaldado de verdad. La gente dice que es imposible, pero yo no estoy de acuerdo. Seguramente habría jugadoras que, aunque las condiciones económicas fueran menores, sin fijarse ni siquiera en eso pues las personas tienen distintas preferencias, volverían si se garantizase un nivel deportivo para competir en Europa».
Nerea Pena es implacable sobre la pista, en su capacidad de elección de las jugadas, en su voracidad de lanzamiento, en su solidaridad dentro del grupo, aunque se lamenta de que no la dejen defender, que es su asignatura pendiente. Pero Nerea es también «una persona extrovertida. Muy amiga de mis amigas. También soy muy de blanco o negro; o me gustas o no me gustas. Me encanta conectar con las personas, hablar,… pero si no me encajas, aunque soy correcta, digamos que mi cara lo dice todo para bien y para mal. Odio la falsedad. Y valoró mucho los conceptos de la familia y de la amistad. Con mis padres y mi hermana hablo todos los días. Y cuando voy a casa, dos o tres veces al año, nos juntamos siempre en familia». El placer que más valora Nerea es viajar, pero mejor hacerlo, claro, por ocio. Ya lleva muchos kilómetros recorridos con el balonmano. Y más que le quedan.

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