Mónica Puig abrazó el cielo en cuanto asimiló la proporción del éxito al que le llevó Río 2016, de donde salió con una medalla dorada colgada al cuello y un futuro plagado de esplendor. La primera campeona olímpica en la historia de Puerto Rico tras ganar el torneo de tenis individual femenino en los Juegos, donde se impuso a la alemana Angelique Kerber, por 6-4, 4-6 y 6-1.
Aún ahora la jugadora de San Juan, de 22 años, no es capaz de valorar la trascendencia que para su país ha supuesto situar el nombre de Puerto Rico en el panorama olímpico entre el resonar de las notas de su himno. El éxito de Mónica Puig en Río resume el triunfo del tesón. Del empeño y la fe y la creencia en las posibilidades. La ambición por sacar la cabeza. Creer sobre todas las cosas. Quien cree puede.
La sensación del tenis olímpico en los Juegos de Brasil transitaba sin ruido por un circuito al que había llegado pocos años atrás. Su imagen terminó por ser una de esas que alientan las excelencias de los Juegos, resumidas a lo largo de su historia en instantáneas con rostros plagados de sufrimiento y por recompensas inéditas.
A eso se aferró Mónica, ‘Pica Power’ como la conocen en su país por su tesón y su afán de superación. Es como es su tenis, aún por pulir. Sometido a un gran trabajo físico y el acelerón hacia cualquier pelota imposible.
Solo ocho medallas (dos de plata y seis de bronce) resumían la trayectoria de Puerto Rico a lo largo de los 68 años historia de los Juegos. Ninguna de oro. Ninguna de una mujer. Mónica Puig, que empezó a dar raquetazos por la influencia de su hermano, sobresalió por sus condiciones atléticas y por la pasión a este deporte.
«La isla está llena de tan malas noticias todo el tiempo, por lo que cada vez que hay unos Juegos y alguien de la isla ha ganado una medalla de todo se detiene y la gente está feliz. Así que esto no es para mí, es para todos», dijo la tenista puertorriqueña.
Fiel a su país por los cuatro costados desechó la oportunidad de formar parte del equipo de Estados Unidos. Tal y como sucedió con Gigi Fernández, una de las figuras recientes del tenis de Estados Unidos, que nació en San Juan y que optó por defender los intereses norteamericanos. Entre sus éxitos, las medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y Atlanta 1996.
A pesar de que vive ahora en Miami, Puig, de abuelos españoles, reivindica su condición de latina. La campeona olímpica clama por el poder de Latinoamérica y de las mujeres de allí. «Soy muy fiel a donde nací y se de donde vengo. Amo a Puerto Rico con todo mi corazón».
Con discreción llegó a Río 2016 la jugadora de San Juan, que apenas presumía del título obtenido en Estrasburgo en el 2014, su único triunfo hasta hoy, y la final del presente ejercicio en Sydney.
El cambio de entrenador a principio del presente curso fue radical. El argentino Juan Todero invadió su espíritu de perspectiva y trasladó a la cancha el talante y la fe que hacen fuerte a Puig que, una tras una, superó a jugadoras tan reputadas y exitosas como la checa Petra Kvitova, campeona de Wimbledon en dos ocasiones, la española Garbiñe Muguruza, actual vencedora de Roland Garros o, por último, la alemana Angelique Kerber, vigente número dos del mundo y ganadora en el Abierto de Australia.
Monica Puig triunfó en Río y Puerto Rico se echó a la calle. Un alivio provisional para los portorriqueños, sumidos en los problemas cotidianos, en las dificultades del día a día, sometidos por la presión de la profunda crisis económica que sufre la isla desde hace una década.