Tengo mucha nostalgia de aquellos tiempos, pero soy consciente que en la actualidad ha cambiado
OPINIÓN
Cuarenta ediciones, nada más y nada menos de la Copa del Rey, la regata que fue el icono del Mediterráneo a la que acudían los grandes armadores del mundo con sus suntuosos barcos. Donde el Real Club Náutico de Palma se convertía en el centro mundial de la sociedad. Reyes, príncipes, princesas, presidentes del gobierno, ministros, grandes empresarios… todos querían enseñar su palmito en la bahía de Palma.
De las 40 ediciones he estado presente como armador en más de 20. He ganado dos, con el Lanjarón y con el National Nederlanden, y alguna se me quitó en los despachos, pero eso es agua pasada.
Lo que sí recuerdo es la que gané en 1992, el año olímpico, con el Lanjarón. Toño Gorostegui era el patrón y conmigo venían los mejores: Pachi Rivero, Alberto Vera, Pichu Torcida, Guito Ferraro, Kiko Sánchez Luna… y hasta el por entonces presidente de la Real Federación Española de Vela, Arturo Delgado. La ganamos con toda justicia y se la devolvimos a España después de siete años. Recuerdo que nos protestó el alemán Container porque dijo que en una de las popas le habíamos rozado con el puño del spi. ¡Mentira! Lo hizo para que si nos descalificaban ganara esa Copa del Rey otro barco español, que llevaba velas north. Cuestión de disciplina de equipo,
Había que ser muy bueno para ganar a aquel 50 pies a los mandos del gran Gorostegui. Había siete u ocho 50 pies, algunos españoles, pero ninguno con mi tripulación.
Era la época que la patrocinaba Enrique Puig, todo un caballero entregado a su empresa, bajo su marca Agua Brava. Época de grandes relaciones públicas, que daba mucho prestigio a la regata y, sobre todo, época de los grandes periodistas de nuestro país y del extranjero. La sala de prensa se llenaba de firmas de prestigio y se informaba sin pelos en la lengua.
El merchandaising era de una excelente calidad. Aun tengo polos de aquellas ediciones, porque Puig lo cuidaba todo con sumo esmero. La cena de armadores era solo para los armadores y el Rey Juan Carlos. No cabía nadie más.
En el agua, un solo campo de regatas y salidas conjuntas de más de cien barcos de muchas clases y ratings, y cientos de barcos de espectadores en las boyas.
La regata larga daba pie a que después de 120 millas peleando por la victoria nos pudiéramos tomar los típicos huevos fritos con chorizo y el gin tonic en el bar del club compartiéndolo con el Rey Juan Carlos, el Príncipe Felipe y la Infanta Cristina… Era otra Copa.