La exjugadora de balonmano reflexiona tras su prematura retirada desde la perspectiva del tiempo con una nueva vida
Qué complicado e incluso angustioso es ese momento en el que la vida, las circunstancias, las obligaciones exigen de una elección que entraña una respuesta, además, que aleja de aquello que es lo que más le gusta hacer a uno, lo que le ha curtido, lo que pasionalmente le tiene agarrado por los adentros. Habrá quien lógicamente subraye que los momentos dramáticos de la vida son realmente los duros. Incuestionable. Así es. Pero también están esos otros capítulos que vienen en la narración de cada uno. Los suyos. Los propios. Los de cada día.
Estamos en el marco del deporte; del balonmano en particular. Mireia Payá Úbeda (Valencia, 5/12/1987) ya hace un año que se alejó de las pistas. Con 28 años. Excelente edad para seguir muchos más todavía en la máxima categoría. Pero tuvo que elegir. Una excelente oportunidad laboral en el Club de Tenis Valencia le llevó a determinar una retirada prematura después de caminar siempre con el Canyamelar Valencia salvo una campaña en Lleida. Hubo que elegir ante la imposibilidad de compaginar; como ya les pasó a otras compañeras de diferentes equipos, y así sigue siendo, el marco general donde se desarrolla la máxima categoría del balonmano femenino no da para una profesionalización completa.
—Una temporada después, ¿cuál es su reflexión ya con las perspectiva del dejar de hacer lo que le apasionaba, del encajar su vida de manera diferente?
—Francamente, pensaba que iba a ser más traumático de lo que ha sido. Toda la vida he pensado que el día que llegara mi retirada me iba a dar un soponcio, que no me imaginaba la vida sin el balonmano, que qué iba a hacer, pues al final es un estilo de vida. Y la realidad es muy diferente: me he adaptado bastante bien, he acoplado los tiempos a otras necesidades que tenía. No siento un gran vacío.
—¿No hubo momentos de ‘bajón’?
—He tenido como una pequeña crisis no hace mucho. Me dio por ver un vídeo de cuando jugamos la Copa de la Reina y sí me dio morriña. Pero ha sido el único titubeo que he tenido desde que me retiré. Además de eso, pues he visto algunos partidos a las chicas; últimamente he estado siguiendo sus resultados. Es diferente. Asumes que ya no formas parte de eso, pero sabes que en su momento fuiste algo importante de esa parte.
—Desde luego no es lo mismo una retirada natural, por ejemplo por edad, tras una trayectoria larga, que el hecho de que las circunstancias exijan elegir.
—La pena de no retirarme por una cuestión de edad o por una lesión la tenía asumida desde el momento que decidí dar el paso. Teniendo en cuenta el difícil marco económico del balonmano femenino, como desgraciadamente también pasa en otras disciplinas, la gran mayoría tenemos asumido que va a llegar un momento en el que tendremos que elegir entre vida laboral y vida deportiva. Y es una cosa que siempre he tenido muy asumida: cada año que jugaba era un regalo. Pude compaginarlo durante un tiempo hasta que ya no pudo ser. A pesar de que entrenemos, juguemos y nos dediquemos como un trabajo, creo que está claro que antes o después puedes llegar a esa disyuntiva en la que además tus circunstancias te obligan y no tienes otra que elegir para empezar a cotizar. Otra cosa es que seas una megacrack, claro, y tengas la posibilidad de estar en clubes que cubren esas necesidades laborales hasta que te retires o que el trabajo que tengas, en todo caso, te permita compaginar.
—La estructura a nivel selección está afianzada y es fuerte, pero en cuanto a clubes, a la liga DHF las circunstancias son distintas.
—Así está el panorama, es lo que hay. ¿Qué vas a hacer? ¿Llorar? Pues bueno, lloras el día que te retiras y luego afrontas como viene la vida.
—¿Qué reivindica para que los talentos del balonmano no se pierdan? Desde luego a nivel selección la estructura es potente, aunque muchas jugadoras ya hace tiempo que marcharon fuera y sigue siendo así.
—No es cuestión de liga, es cuestión de que los propios clubes encuentren sponsors privados de los que vivir. No sólo vale con las ayudas y subvenciones públicas que llegan mal y tarde. Se necesita profesionalizar mucho. Al final, aunque sea triste, es dinero. Ojalá hubiera empresas fuertes que ayuden y apuesten por el balonmano femenino también a nivel clubes. Y no hablo sólo de mi Valencia, sino de todos los clubes. Que hubiera presupuestos buenos para que las jugadoras de gran nivel puedan estar aquí si quieren con unos proyectos buenos o que las que están en España, salvo algún club concreto con músculo, puedan vivir de esto ya no mañana, pero sí al menos durante la carrera. La gran mayoría de las chicas compiten y estudian o trabajan. Quizás en la vida de estudiante se puede compaginar más fácil, a mí me pasó, pero una vez entras en el mundo laboral el marco es mucho más complicado.
Ojalá hubiera empresas fuertes que ayuden y apuesten por el balonmano femenino también a nivel clubes
—¿Cuántas compañeras ha visto con un gran nivel, que se ha visto en situaciones similares y que se ha perdido el balonmano?
—He visto muchas incluso gente más joven. Jugadoras muy buenas, pero que se retiran. O está el peligro de lesionarte. Por ejemplo, tú estás trabajando en un lugar además del balonmano, te lesionas y una empresa no tiene por qué entender que tú eres deportista de élite y que vas a estar tres meses de baja, porque te has lesionado jugando. Puedes decirle: yo juego a balonmano. Pero también te puede decir: no me importa. No creo que exista esa sensibilidad empresarial, en líneas generales, para darte ciertos privilegios.
—¿Cuál fue su disyuntiva?
—El Club de Tenis Valencia Valencia me ofreció ser responsable del área de pádel. Ya desarrollaba otras funciones y más o menos la temporada pasada, aunque por momentos agotada, la fui compaginando con el balonmano. Pero con la nueva función y confianza que me dieron para desarrollarla en el Club de Tenis pues requería de un importante volumen de trabajo, que ya hacía imposible compaginarlo con el balonmano, con el entrenamiento tres horas al día y luego si jugábamos fuera y salíamos el viernes en viajes largos. Durante parte de la pasada temporada lo intenté hacer, pero evidentemente fue algo que no se podía abarcar mucho tiempo y tuve que decidir. No me quedaba tiempo para estar en el balonmano como debía ser. Llegaba agotada, sin estar al nivel que las compañeras. Y luego cuando juegas el fin de semana, sobre todo si viajas, pues el arrancar de nuevo la semana se hacía muy cuesta arriba. Y creo que en todo o estás o no estás. En esas condiciones no puedes estar jugando en un equipo de División de Honor, porque si no puedes dar el ciento por ciento entrenando, qué vas a hacer luego en la pista; o qué ejemplo vas a dar a tus compañeras o quiénes te ven jugar.
—¿Ha encontrado algo diferente en esa nueva vida?
—Independientemente de mi oferta laboral, siempre dije que cuando me retirará del balonmano jugaría a pádel. Y eso hago, jugar a pádel y tomármelos tan en serio los partidos como si estuviera jugando a balonmano. A veces, la gente me mira con cara de esta tía qué hace. Ese componente de exigencia, de superación, y de no vengo aquí a jugar vengo a ganar lo sigo teniendo (sonríe). Tengo que disimularlo un poco. Me he metido en ligas, en cien mil cosas, en competiciones. El nervio tiene que salir por algún lado.
—¿Y el seguimiento de sus antiguas compañeras del Canyamelar u otros equipos?
—En mi caso fue como pasar de 100 a 0. Y ahora he vuelto a verlas un poquito. Claro, de repente tienes vida esa nueva vida, tienes tiempo para disfrutar de tu familia, de tus amigos, si es posible viajar… quería disfrutarlo y no me cuadraban los horarios para ir a verlas y priorizaba hacer otras cosas que no hacía hasta que lo dejé.
—¿Qué echa de menos?
—Echo de menos la presión, la responsabilidad de estar en la pista, el dar lo mejor de mí cuando el equipo lo necesitaba, echo de menos a las propias compañeras, el tiempo que pasaba con ellas y lo mucho que compartíamos… sobre todo eso.
—¿Y el ir de arriba a abajo por el extremo izquierdo?
—Echo de menos sprintar, un contraataque, el salir corriendo y que mi portera me lance un pase y correr y marcar. Eso lo echo de menos de verdad. Me voy al río a correr y hago un sprint a ver si mis piernas aún dan; y oye, sí dan.
—¿Están preparadas aún?
—(sonríe) No están preparadas, no. Simplemente las pongo a prueba un poco para ver si responden.
Echo de menos sprintar, un contraataque, el salir corriendo y que mi portera me lance un pase y correr y marcar
—¿Y si le llegara una oferta, una llamada para volver que le remueva otra decisión? ¿Qué condicionantes se tendrían que dar?
—Necesitaría una reflexión de horas, días para saber responder. No sabría decir ahora mismo. Sabría decir hoy el por qué no volvería.
—¿Por qué no?
—Porque tengo un sobrino del que me apetece disfrutar su infancia, por el propio trabajo en el que estoy y por el que decidí dejarlo porque estoy muy a gusto, porque me da una pereza absoluta los viajes fuera.
—¿Qué se lleva en su mochila de todos estos años jugando a balonmano?
—Te forja la personalidad el ser deportista y en este caso de una disciplina colectiva: existe ese sacrificio a nivel de que tú lo estás dando todo a cambio de poco a nivel material, pero de mucho a nivel emocional. Eso es lo que nos mantiene: la pasión, el seguir ahí dando todo tu tiempo a cambio del disfrute y que te saca la capacidad de jugar lesionada por el grupo, de las ganas de estar, y a veces te tienen que parar.
—¿Qué marcas emocionales positivas y qué cicatrices le ha dejado el balonmano?
—Para bien no creo que tenga una situación concreta porque me ha hecho mucho bien el balonmano y ha sido absolutamente mi mundo. Hubo épocas en las que no respiraba, dormía o andaba sin pensar en el balonmano. Son muchos capítulos buenos para mi crecimiento personal. ¿Malo? El último año fue muy malo. Lo pasé fatal, porque no estaba bien conmigo misma, porque no estaba bien con el grupo, porque estaba casada de trabajar y entrenar; quizás ese último mal año hace que no lo añore tanto.
Me daba igual que fuera un partido malo a nivel individual o que fuera día de que al equipo no le salía, nunca, nunca me rendía
—Pero no fue el porqué para dejarlo.
—No, no lo fue. Si no hubiera tenido una oportunidad laboral como la que se me presentó hubiera seguido jugando, porque malas épocas deportivas las tiene cualquiera y las había tenido antes: momentos de me lo dejo, pero aguantas y sigues. Yo no soy de rendirme o de decir me lo dejo por esta última mala temporada. Pero se presentó una situación muy difícil de rechazar.
—¿Qué mensaje le gustaría haber dejado?
—Toda la cantera que haya podido haber venido a vernos jugar, en este caso hablando personalmente, nunca bajaba los brazos, me daba igual que fuera un partido malo a nivel individual o que fuera día de que al equipo no le salía, nunca, nunca me rendía. Siempre era apretar los dientes e intentar sacar adelante lo que tuviéramos delante. De eso sí que estoy orgullosa. Creo que como deportista a nivel psicológico he sido muy fuerte.
—¿Con quién se queda?
—La huella que dejó en mí Jorge Fernández fue muy grande, porque con él me hice fuerte y aprendí mucho. De Susana Pareja, teníamos tanto feeling y congeniábamos tan bien… me exigía mucho, mucho, incluso más que al resto, pero tenía un grado de responsabilidad por que confiase de esa forma en mí, que me encantaba. Y de compañeras… todas en alguna etapa de mi vida han sido súper importantes. ¿Hemos estado bien siempre? No, pero en alguna etapa de mi vida han sido súper importantes. Es evidente que a lo largo del tiempo vas y vienes y hay de todo, pero echo la vista atrás y han sido importantes para mí. También me quedó con la gente que nos ha dado su pasión en la dirección del equipo.
—¿Está la puerta entornada para que se reencuentre con el balonmano?
—Depende quién la toque.
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