La futbolista lagunera repasa su recorrido desde los inicios en la isla y sus experiencias por el fútbol español, en el que sigue brillando
Raíces. Empeño. Pasión. Entiende que el fútbol le ha llevado a moverse fuera de casa, pero subraya que «soy muy, muy de mi tierra, de la isla»; y significa su arraigo canario y ante todo no existe nada que esté por encima de su familia. Su trayectoria ha enlazado momentos «preciosos e inolvidables», pero al tiempo ha pasado por capítulos de esos duros, de los peores para los deportistas que son las lesiones graves, pero con vehemencia siempre ha persistido en lo que quería que ha sido y es vivir abrazada al fútbol, al que está unida pasionalmente desde muy niña, de cuna. Así es María José Pérez (La Laguna, Tenerife, 19/3/1984), quien con unas botas puestas es juego eléctrico y ofensivo y habilidoso, y siempre fundamentado en el trabajo duro; ya se sabe que ése es el único camino. Pausada, cercana y siempre con brillo en los ojos al bucear por su recorrido, cuenta su historia la futbolista del Granadilla UDG Tenerife.
Marijose es fútbol de cuna. Proyecta su retrospectiva hacia el pasado, hacia sus primeros recuerdos y se ve «con cinco años, siendo una chiquilla llena de energía, siempre con un balón, con una camiseta del Tenerife y con mis primos jugando a fútbol donde fuera —Ayoze Pérez, el delantero del Newcastle de Rafa Benítez, lo es—. Es lo que más me gustaba. Es pura pasión lo que tengo». En su mudanza al barrio de Añaza está una de las primeras claves de su historia: «Les agradezco mucho porque el equipo de allí me sacó a la luz en el fútbol». Empezó con los juegos municipales en el fútbol sala con seis años. El Añaza le captó en alevines para jugar con el equipo masculino. Pero Marijose tenía un duende especial para el fútbol y promocionó pronto. «Con los chicos estuve hasta lo máximo que pude y cuando pasé a féminas noté un cambio brutal», explica.
Su siguiente etapa se abrió en el Brisa del Teide, que con el tiempo pasó por una fusión para ser el Escuela de Candelaria. Recuerda cálidamente aquello en un equipo en el que todavía siendo una chiquilla ya compitió con jugadoras mucho mayores, en el que subraya que le cuidaron y con el que vivió eso de ser campeonas en Canarias y del que conserva amigas de las que ya lo fueron para siempre.
Una Copa con el Sabadell y acceso con España sub’19
Sin esperarlo, sin imaginarlo siquiera, a los 16 años recibió una de esas llamadas tremendamente especiales para un deportista. Una invitación para una concentración de la selección española absoluta. «Fue un momento de mi vida que nunca voy a olvidar, aquella primera llamada y aquella oportunidad de entrenar con grandísimas jugadoras», cuenta. Entrenó con la absoluta y ya se abrió su etapa para competir con la sub’19, disputando Europeos. Hasta los 19 años siempre fue y siempre jugó.
Y convergió aquella situación con la llamada del Sabadell: «Fue el momento de tomar unas las primeras grandes decisiones. Tuve el apoyo de mis padres, como siempre, aunque sí es verdad que mi madre lo veía con más apuro porque se iba su niña, mientras que mi padre, que vive el fútbol como yo, tuvo totalmente claro que debía aprovechar la oportunidad para jugar en Primera. Y me fui para allá. Estuve tres años y pasé buenos momentos y otros no tan buenos por circunstancias. Allí tuve la oportunidad de jugar con jugadoras como Adriana, Sonia, Laura del Río, Paulina, Carol Miranda, Noemí Rubio… una pasada de equipo. De aquella etapa guardó uno de mis dos grandes momentos en el fútbol con la Copa de la Reina que ganamos (2003)». También fueron subcampeonas de liga en aquellos años, tuteando a un potente Athletic de Bilbao.
De Sabadell pasó al Estudiantes de Huelva. Un equipo que se formó potente, que llegó a enlazar siete jornadas en el liderato, pero en el que acabaron apareciendo problemas económicos. Aguantó Marijose lo legalmente exigible mientras sus padres le enviaban dinero. Luego salió, esa misma temporada, al Puebla extremeño, con el que llegó a jugar la Copa de la Reina y en la final se cruzaron con un poderoso Levante. En esa época conoció a dos de los entrenadores que más le han marcado: en Huelva, a Cándido Rosado, y en Puebla, primero como segundo y luego como primer entrenador a Antonio Contreras.
Pasó su madre por un momento delicado de salud y Marijose decidió volver a la isla. El Tacuense le ofreció jugar en Segunda. No dudó. Volvía a casa, con su familia, aunque compaginando el fútbol con otro trabajo para tener un sueldo y subsistir y seguir independizada. Dos temporadas en las que alcanzaron la promoción de ascenso, pero se quedaron con la miel en los labios. Y llegó la llamada del Granadilla, todavía como Charco del Pino.
«Cuando se me mete algo en la cabeza hago lo posible con trabajo y esfuerzo para conseguirlo»
«Me dijeron que estaban haciendo un equipo para subir, que querían contar con mi experiencia en Primera. Me pagaban la gasolina para ir a entrenar y jugar. Dije que sí». La primera temporada pujaron por el ascenso, pero no se logró. La siguiente temporada llegó uno de esos duros momentos de su carrera con una grave lesión: ligamento cruzado anterior. «Fue una acción tonta, en un cambio de dirección, noté el crujido y un dolor muy extraño. Pero sé por qué me pasó. El cuerpo hay un momento que cuando acumula mucho estrés y carga excesiva te para radicalmente. Por entonces jugaba y trabajaba. Me despertaba cada día a las siete de la mañana y me acostaba a la una de la madrugada. Compaginé el fútbol con un trabajo como repartidora de productos de peluquería y estética y, además, los viernes y sábados por la noche sirviendo copas en un pub», relata.
Empeño veraz por retornar
«La primera semana me sentía inútil. Dije que no iba a jugar más a fútbol, que no iba a quedar igual. ¿Por qué cambié de opinión? Porque soy una persona que cuando se me mete algo en la cabeza hago lo posible con trabajo y esfuerzo para conseguirlo y me dije: ‘Yo vuelvo seguro’. Y me puse a ello. Dejé el trabajo. Me gasté dinero en la recuperación, en fisios y entrenador personal y con mucho trabajo a los siete meses ya estaba con el equipo», explica la futbolista canaria.
El Charco del Pino pasó a ser el Granadilla ya con Sergio Batista al frente y con Andrés Clavijo como entrenador. Querían a Marijose y ella dijo sí. Fue entrando progresivamente tras esa lesión de rodilla y el final de ese curso se fue a otra promoción de ascenso también malograda. Dos meses antes de la promoción se lesionó de gravedad la mano en una mala caída: una fractura de radio no limpia y cúbito desplazado. El cirujano le dijo que no recuperaría más que una 70% la movilidad de la mano y el tiempo estaría en unos seis meses. Rompió a llorar. Quería competir por ese ascenso. Y se le metió en la cabeza que quería llegar. Hizo todo lo posible contando con sus recuperadores y entrenador personal y llegó para asombro del cirujano.
La campaña siguiente hubo otra clasificación para la promoción por el ascenso y hubo premio: «Viví el segundo momento más importante y emotivo en mi carrera como fue el ascenso a Primera con el Granadilla, con un equipo que creyó siempre, que fuimos juntas. Fue un orgullo, un ascenso histórico y el poder jugar con un equipo de mi tierra en Primera. Y fue muy bien. Entramos en puestos de Copa de la Reina, aunque caíamos en cuartos contra el Valencia. Marqué trece goles esa temporada». Tuvo llamada de la selección, aunque reconoce que se fue «jodida», porque «no me salió como esperaba» y «ojalá vuelva a tener otra oportunidad para aprovecharla».
De la isla al Levante y regreso
Levante, Valencia y un equipo noruego tocaron a su puerta. La mejor apuesta fue la del conjunto azulgrana. Su salida supuso cierto desencuentro con el Granadilla, aunque esa historia se esfumó. Borrón y a seguir. «Fue una gran oportunidad de jugar en un club como el Levante con lo que significa en el fútbol femenino español. Y coincidió esto con la llegada de Iberdrola, con la apuesta que se está haciendo por el fútbol femenino, con el hecho de vivir una etapa en la que vives de esto, pudiendo jugar en grandes campos como ha pasado en el Ciudad de Valencia, Mestalla, el Heliodoro, el Calderón,… y pienso que ojalá tuviera cinco o seis años menos para disfrutarlo más tiempo», cuenta.
«Estoy plena, con ganas, y mientras esté con fuerza y con la ilusión que mantengo seguiré»
Y para la temporada 2017-2018 regresó al Granadilla, a la isla. Excelente comienzo y pulso goleador para Marijose. La atacante, que creció viendo el fútbol de Romario, del que recogió gestos técnicos en el campo, sigue con mucho ánimo: «Me cuido mucho y sé que tengo que trabajar mucho. No es lo mismo que una niña de 18 años o una jugadora de 25, pero estoy plena, con ganas, y mientras esté con fuerza y con la ilusión que mantengo seguiré».
Espera vivir todavía grandes momentos en el fútbol. Ahí retiene aquella Copa con Sabadell o el ascenso con Granadilla. Describe como peor momento en su carrera el derbi valenciano en el Ciudad de Valencia: «Mi abuela falleció el día antes. Pensé en volver, pero me quedé para jugar porque sé que ella quería que jugara. A ella y a mi abuelo se les caía la baba cuando me veían jugar. El Levante, todos en el club, me ayudaron muchísimo».
El fútbol y los valores inculcados por su familia y sus decisiones la han hecho. Marijose es persona sencilla, trabajadora, perseverante, competitiva. Pero refrenda una idea para sí, para sus compañeras y para las niñas que empiezan: la de abrazar la ilusión y la pasión por el fútbol y divertirse jugando.
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