De cuna deportista, que da forma a su esencia, caminó por el atletismo en salto de altura, pero redirigió su carrera hacia el vóley, en el que se vacía sin condiciones
Saltos optimistas. Brincos alegres. Impulsos convencidos y atrevidos. Decisiones bizarras elevándose respecto a la zona de confort. Adelante siempre. Y además haciéndolo con una sonrisa para sí misma y para quienes le rodean, creciendo siempre de la mano del deporte. La conversación con María Priscilla Schlegel Mosegui (Valladolid, 29/8/1993), incluso en la distancia por mediación de la tecnología, se traduce en un momento cercano, agradable y enriquecedor a través de un discurso nítido construido desde las vivencias, pero incompleto en cuanto a que se mantiene alerta y abierta a seguir dando forma a su narración vital. ¿Quién eres? “Soy lo que soy y como soy por el deporte”. ¿Qué eres? “Deportista”, subraya sin dudar. Y en su relato brilló hasta donde pudo en el atletismo, en el salto de altura, para seguir luego brincando alegre en el voleibol. En ello anda.
Su historia viene de cuna deportiva. Lo lleva en los genes. Su padre biológico fue el jugador de baloncesto Mike Schlegel —formó en las filas del Fórum Valladolid; falleció en 2009). Su madre, Carmen Mosegui, brindó grandes carreras para el atletismo uruguayo en los 400 metros. Y Alfonso Menéndez, su padre, fue campeón olímpico de tiro con arco en los Juegos de Barcelona en 1992: “Prácticamente la aficionada al deporte soy yo —bromea—. En mi casa siempre se ha mamado deporte, pero desde un planteamiento para divertirse, para adquirir unos valores importantes, aunque luego resulta que ha sido mi vía profesional. Siempre he sido muy inquieta. Jugaba sola contra la pared con cualquier cosa, con la pelota o lo que fuera”.
En el mundo del multideporte escolar en San Fernando (Avilés) empezó a merodear por distintas disciplinas. Una raíz común. A los ocho años abrazó el atletismo, que pensó, y así lo creía firmemente, sería lo suyo para siempre, incluso cuando a los doce años incluyó el voleibol en su vida, aunque en un plano secundario: “En el atletismo, como es habitual cuando estás en formación, toqué todo tipo de pruebas, incluso el cross, pero nunca hubiera sido fondista. Con 12 años, en un campeonato de Asturias, haciendo salto de altura me vio un entrenador, Alejandro Fernández, el que ya lo fue en la gran mayor parte de mi vida como atleta. Pensó que si pulíamos cosas podía haber algo. De hecho, saltaba con el pie contrario, por donde no tenía que hacerlo; era un desastre. Le propuso a mis padres que empezáramos a entrenar y me fui especializando ya en salto de altura. Seis años de mi vida estuve con ello”.
Saltos que fue afinando en el pabellón de Piedras Blancas, entrenando en la calle sobre asfalto o sobre tierra comprimida, o en el parqué del pabellón con una cinta elástica en lugar de un listón para sortear con la horizontalidad de su cuerpo cayendo en una colchoneta ‘quitamiedos’. Cuando comenzó a asomarse en competición nacional preparaba la técnica en Avilés, en el club La Curtidora. Y fueron llegando resultados en categorías juvenil y promesa. No paraba María. Entrenamientos de lunes a viernes y además compaginando un par de días con el voleibol desde los doce años. Inquieta. Pura energía. Enamorada incondicionalmente del deporte: “Con esas edades eres un niña y podía con lo que me echaran y ahora igualmente pienso que puedo con todo lo que me echen. Podía hacer 354 cosas y sentía que si me ponías diez más también te las hacía. Para mí no existían los límites. Menos mal que tenía adultos sensatos a mi lado que me paraban un poco. He tenido suerte con las lesiones y de rodearme de gente muy profesional siempre”.
El progreso que mostró María Priscilla Schlegel le llevó a disfrutar de una beca en el CAR de Madrid, donde empezó a entrenar con Arturo Ortiz. Sin embargo, su narración en el atletismo, en el salto de altura, acabó tocando techo: “Hubo un momento duro en mi carrera cuando después de tres años en la residencia Joaquín Blume me retiran la beca por falta de resultados. Fue con razón. Objetivamente, no había una mejora y lógicamente en un CAR tienen que dar paso a más gente que tiene que tener la oportunidad de hacer lo que hice. Entonces, tuve un momento en el que no estaba segura de que me gustara lo que estaba haciendo. Le dedicaba mucho tiempo y yo veía que me frustraba más de lo que obtenía. El cuarto año en Madrid, al no tener la beca de la residencia, hablé con Arturo —Ortiz—, con el que estuve estupendamente, y le dije que iba a hacer ese año altura, pero que quería también entrenar voleibol en mayor medida. Empecé en Alcobendas y lo que a priori pensaba como una vía de escape acabó siendo mi camino principal”.
En el atletismo, compitió por el Atlético San Sebastián y logró 22 medallas nacionales. Fue mundialista junior, europea junior y firmó el récord de Asturias en salto de altura 1,81 metros al aire libre —Xàtiva 2011—. ¿Qué se llevó del atletismo?: “A día de hoy soy lo que soy porque he sido atleta y porque ahora soy jugadora de voleibol. Me llevo del atletismo todo lo que he vivido, el hecho de haber estado tres años en el CAR de Madrid, el haber entrenado en alto rendimiento, y a nivel de resultados y competiciones pues hay algunos mejores y algunos peores, pero la mejor experiencia que he tenido son los Juegos Olímpicos de la Juventud de Singapur en 2010. No cambiaría nada porque todo lo que he hecho me ha ayudado o para saber lo que quería hacer o para saber lo que no quería hacer”.
No le fue sencillo cortar con el atletismo. Sin embargo, superado el shock y siempre barnizada por su optimismo y vitalidad, comenzó a arraigar en el voleibol hace cuatro años firmemente. Coincidió en Feel Volley Alcobendas con el técnico argentino Hugo Gotuzzo. Y luego dio el salto al Haro Rioja Vóley como receptora. Precisamente convergió su aparición en el voleibol profesional con un cambio generacional en la selección española absoluta y tuvo la oportunidad, entre otras jugadoras en ese proceso de movimiento y de alternativa a jugadoras jóvenes, de estar a las órdenes de Pascual Saurín como central. Una experiencia más la de competir con España que espera poder repetir. Pero la inquietud y el entender que había finalizado una etapa le llevó a buscar experiencias fuera de España, de salir de su zona de confort.
Hace dos temporadas que compite en Italia. Salió de Haro y llegó, primero, a CUS Torino Pallavolo y el pasado verano se incorporó a LPM Pallavolo Mondovi (A2): “No me da miedo a salir de mi zona de confort, a tomar decisiones, a los cambios, creo que es enriquecedor. El año pasado fue complicado porque era totalmente nuevo. Este año, que es mi segundo en Italia, no tiene nada que ver: me siento más cómoda, estoy muy a gusto, conoces el idioma… Es una experiencia que hay que vivir, te da tablas, te da otro punto de vista. Sea en el ámbito que sea, si no sales de donde estás, aunque sea lo mejor del mundo, no sabrás si es lo mejor del mundo hasta que no veas otras cosas. Esto me ayuda a tener una perspectiva mayor de lo que hay. Es la forma que tengo de entender el mundo. Desde que me dedico al voleibol disfruto de cada día, de cada entrenamiento, de cada momento, porque me gusta lo que hago. Hay días que quizás estás cansada y no te apetece ir a entrenar, pero pienso: ‘Jolín María, estás dedicando tu vida a una cosa que te apasiona’”. Allí en Italia, cuenta, la gente vive el voleibol, lo conoce, y si no lo conoce, le interesa; en todo caso, hay una cultura marcada en torno al deporte. Sin embargo, y aunque vive bien en tierras transalpinas, María subraya que “España es una maravilla”.
María es persona positiva, de las que tiene fe y cree en lo que hace, de las que persiste y no se da por vencida hasta que consigue sus retos, pero también reflexiona y analiza lo que hace y no le tiembla el pulso cuando debe cambiar el rumbo: “La época del atletismo fue dura en el sentido de que estaba tirando la toalla en cierto modo en una cosa que yo me había propuesto, que era ser saltadora de altura profesional. Pero comprendes que has llegado hasta un punto. Pero soy bastante ‘alocada’ por eso me atrevo un poco a estos cambios y estas cosas que hago. Hay un punto en el que tienes que ser objetivo y saber hasta dónde has llegado. En salto de altura llegué hasta 1,81 metros. ¿Pude ser una atleta mejor? Pues quizás sí, pero no lo conseguí por equis motivo y ahí se quedó mi límite. En el caso del voleibol, pues haré todo lo que esté en mi mano para ser la mejor y habrá un momento en el que se verá cuál es mi mejor punto y buscaré otros retos quizás como profesora —terminó INEF y un Máster de Educación por la UNED—. Mi esencia es hacer todo lo que esté en mi mano para llegar lo más lejos posible, pero en todo caso disfrutar del camino. El voleibol es una segunda experiencia deportiva y tengo que disfrutarla al máximo”.