La española conquista la medalla de oro en la prueba de los 200 mariposa en los Juegos Olímpicos de Río 2016
En lo más alto del podio, mientras todo el mundo le miraba, mientras sonaba el himno de España y se izaba la bandera, a Mireia Belmonte, con la medalla de oro olímpica de los 200 mariposa colgada al cuello, le debieron pasar incontables sensaciones por su mente. Emocionada. A duras penas lograba evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos claros. Un suspiro y salieron. Quizás comenzaba a procesar que era campeona olímpica. Sólo unas primeras sensaciones, pues el tomar conciencia de ello en su amplitud le irá llegando, pero las suficientes como para saberse lo que había logrado y todo el trabajo, durísimo por cierto, que hay detrás de ello.
Belmonte inauguró el medallero español con su medalla de bronce en el 400 estilos de los Juegos Olímpicos de Río, sumando a las sendas platas obtenidas en los de Londres 2012 precisamente en el 200 mariposa, ahora de oro, y el 800 libre. Cuatro medallas olímpicas para la catalana con ese oro. Y la segunda de oro para la natación nacional desde la que logró Martín López Zubero en Barcelona 1992. Histórica en todo caso, siendo la primera campeona olímpica de la natación femenina española.

Una clasificación olímpica no se logra por casualidad casualidad. Menos aún el acceder a las finales. Y de ninguna manera lo es lograr medallas. Detrás de ese oro olímpico de Mireia Belmonte en los 200 mariposa existe un trabajo mayúsculo, una medición de la prueba hasta el más mínimo detalle y una capacidad de trabajo incondicional y tremendamente dura junto a su entrenador Fred Vergnoux. Mireia decidió después de las platas de Londres que quería ir más allá y el camino lo ha recorrido con la mente abierta para superar los límites y salir de la zona de confort para dar el salto definitivo.
Durante el ciclo olímpico hacia Río a Belmonte se le vio progresar continuamente más allá de lo que ya mostró en Londres, que ya era mucho. Una fortaleza mental rotunda y una voracidad competitiva sin límites. Incluso la lesión que tuvo que superar por el camino se quedó sin rastro. El resultado una carrera brutal de la nadadora española para proclamarse campeona olímpica remontando el ritmo infernal que metió la australiana Madeline Groves.

Mireia fue a por todas. Era su prueba y su día. Despegó los pies para saltar al agua y se midió en una carrera mayúscula con Groves. La australiana le superaba en casi un segundo al paso de los primeros 50 metros. Pero Mireia tenía clara su carrera. Voraz siguió nadando metros. En el ecuador de la prueba, Groves tenía una ventaja de 46 centésimas sobre Mireia. Pero ésta tenía la carrera medida. Todo tenía una explicación; todo estaba analizado. Y llegó el último largo y Belmonte ya se lanzó con todo lo que llevaba dentro. La japonesa Hoshi, vigente campeona mundial de la modalidad, quiso entrar en esa carrera, pero la tenía cerrada. La ganadora iba a ser Mireia. Lanzó todo la española y no cedió ante la presión de Groves. Se puso por delante y ella sería la que iba a tocar primero. Firmó un registro de 2:04.85, tres centésimas sobre Groves (2:04.88), mientras Hoshi hizo 2:05.20. El caso es que Mireia era campeona olímpica y tocaba la gloria.
«Es todo lo que siempre he soñado y ha venido todo muy rápido», dijo antes de prepararse para recoger en la ceremonia de la victoria la medalla de oro del 200 mariposa de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Con la presea ya en el cuello, antes de seguir con las obligaciones con la prensa gráfica, subió algunos escalones de la grada del centro acuático de Río para abrazar a su padre. Quizás este jueves pueda repetir una gesta igual o parecida con otra medalla en el 800 libre.

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