La regatista gallega, oro olímpico en Londres 2012, repasa un recorrido ligado a la vela y con el sueño de un vínculo duradero navegando
El sonido del mar de A Coruña la agarró por los adentros. Y del lugar donde nació, del que dice que «es una ciudad preciosa, un paraíso», puso rumbo ya a infinidad de mares. Y lo hizo para vibrar en esa lucha con y contra el viento y el agua, tan plástica y bella en unos momentos, como peligrosa en otros. Al mar se le debe tener respeto, pero allí uno se adentra con bizarría cuando va a competir y a navegar por el triunfo y a emocionarse con lo que ocurre en el tiempo entre los mares. Esa es la vida que decidió y quiere seguir exprimiendo al máximo y que es eje existencial para Sofía Toro Prieto-Puga (A Coruña, 19/8/1990). Y tiene muchas millas que recorrer, y «muchas horas que echar en el mar”, como recomienda, y seguramente nuevos éxitos que intentar abordar, pero lo eterno ya en su historial es la medalla de oro olímpico en clase Elliot que logró junto a Tamara Echegoyen y Ángela Pumariega en los Juegos de Londres 2012.
En un saliente de rocas en la bahía de Alicante, reposada, mirando al mar y a su interlocutor, buceando por sus recuerdos, repasa una historia que nació cuando tenía 8 años en el Sporting Club Casino de La Coruña, que con 21 años abrazó el oro olímpico, y que con 26, ahora, de vuelta con la asturiana Pumariega, proyecta hacia Tokio 2020.
Lo suyo con lo náutico tuvo su génesis en la familia. Sus padres eran deportistas y tanto a ella como a su hermano Jano les inculcaron el deporte como un fundamento también en su educación. Su abuelo materno ya hacía vela y eso trascendió a la siguiente generación, pero también en la siguiente, la de Sofía, su hermano —cuatro años mayor— y todos sus primos, que no eran pocos. «Empezamos el cursillo de vela, pero sólo mi hermano y yo seguimos compitiendo. Jano empezó a los ocho años y yo iba a buscarlo y estaba por los barcos por el Náutico con mis padres. También con ocho años empecé yo a navegar. Por entonces también hacía natación y tenía buenas marcas al principio y lo compaginé con la vela y los estudios hasta los 15 ó 16 años», recuerda.
La secuencia que siguió fue similar a la de su hermano y la lógica en la vela ligera. Comenzaron en Optimist, pasaron luego al Laser y ella, con aspiraciones de clases olímpicas —también Jano—, siguió luego en Match Race.
«Los recuerdos que tengo de mis inicios son muy bonitos. Empezaba a navegar, pero además lo hacía con mis amigos en mi club y después del agua pasábamos las tardes. Sin darme cuenta ya iba adquiriendo una disciplina también de tener mi barco preparado, de cargarlo junto a mi padre, que me ayudaba, aunque creo que hacia los catorce años —entonces pasó al RCN La Coruña— ya iba a la mía. Por entonces, en Galicia tampoco había muchas chicas en Optimist y clasificarse para el campeonato de España no era fácil, pues había que quedar entre los primeros de Galicia. Y veía que era la única que me clasificaba e iba a campeonatos y me iba bien… me fue enganchando», cuenta.
Hacia el sueño olímpico
Hacia los quince años se decidió definitivamente por la vela. Justo convergió una etapa que dejó de tener resultados en natación y acabó desmotivándose, mientras precisamente en el mar le sucedía todo lo contrario. Pasó al Laser. Todavía era muy joven cuando dejó esa clase para meterse en barcos más grandes con 16 años. Se enroló en un equipo profesional femenino con compañeras diez años mayores que ella. «Mi función era con el foque y el spi. Me fueron dando responsabilidad y nunca había tenido tanta hasta entonces. En ese momento ya pensé que quizás podía dedicarme a esto», relata.
Prácticamente enlazó aquello con el pasó a las regatas de Match Race, en la clase —Elliot— que compitió más tarde en Londres: «En ese momento todavía no era clase olímpica. Participé con unas chicas en un campeonato de Europa que hubo en Galicia y me encantó; además era muy táctico, de mucho reglamento, que es algo que siempre se me ha dado bien. Ya decidí que quería navegar en esa clase». Se unió entonces con Tamara Echegoyen. La también gallega había perdido la clasificación para Pekín en 470. Se puso en contacto con Sofía para el Match Race. Y luego, medio año después, reclutaron a Ángela Pumariega.
Los Elliot se introdujeron tras Pekín 2008, pero no llegaron a España las dos primeras unidades hasta 2009. Y para entrenar con los barcos y competir había que formar parte del equipo español. Aún no se había formado el trío Echegoyen-Toro-Pumariega cuando se dio forma a la selección. Un año después ganaron el campeonato de España de la clase y accedieron al equipo y, por tanto, tuvieron preferencia para usar las unidades. A partir de ahí comenzó la lucha incansable con el pensamiento puesto en Londres. Éstas y el equipo formado por Silvia Roca, Eva González y Lara Cacabelos, también en la selección española, entrenaron siempre juntas en Santander y competían entre sí y para las regatas en las que sólo podía ir un barco debían jugárselo en el agua, claro.
Tienes que pensar que hay que trabajar cada día y echar muchas horas en el mar
«Era una tensión continua. Estábamos bastante igualadas, pero en las citas importantes normalmente nosotras lo hacíamos mejor. Ganamos el Europeo en 2011. Ganamos el Iberoamericano. Y llegó la primera oportunidad para obtener la clasificación para el país en el Mundial de clases olímpicas en Perth (Australia). Nosotras nos quedamos a un punto de conseguir la plaza. Fue un chasco tremendo», recuerda. En febrero de 2012, ellas mismas lograron la plaza para el país en la última repesca.
Entonces empezó la puja final por saber qué equipo iría. Se definiría en las pruebas del Trofeo Princesa Sofía y en Hyères (Francia), en una prueba de la World Cup. El podio en estas citas daba el billete para los Juegos. En Palma, el equipo de Sofía quedó cuarto tras un 2-1. La cosa pasó a aguas francesas. El viento y la programación permitió a Roca, González y Cacabelos hacer más mangas, pero no sacaron muchos más puntos que Echegoyen, Toro y Pumariega. Todavía en Francia, y antes de regresar todas juntas en furgoneta hasta Santander, se les comunicó a éstas que irían a Londres.
«Fuimos sin presión en cuanto a que no éramos favoritas. Y fue una experiencia inmejorable. Estuvimos en todo desde el principio hasta el final. Sobre todo, obviamente, en todas las regatas de nuestra clase para conseguir algo increíble», subraya.
Completaron una gran Round Robin. En cuartos ganaron 3-0 a Francia. Y en semifinales 2-1 a Rusia. La final, ante Australia, se desarrolló con 25 nudos y ellas tenían once kilos de peso por debajo respecto a sus rivales. Igualadísima final. Se pusieron 2-2. Era la regata de su vida. Y se acabaron bañando en oro. «Mi hermano también estuvo compitiendo por estar en los Juegos, pero no pudo ser. Sin embargo, estuvo allí con mis padres viéndome. Para mí ver lo contentos y orgullosos que estaban de que estuviera yo allí fue como hacerles un regalo», expresa.
Los rumores de que la clase Elliot no estaría en Río se acabaron confirmando como una realidad. Se vieron obligadas a tomar caminos por su cuenta: «Fue una putada para nosotras, porque estábamos despegando, teniendo buenos resultados y una gran confianza, y me hubiera gustado ir a otros Juegos siendo la favorita».
Nueva hoja de ruta
Sofía cambió a la clase 470. Y era conocedora de la dificultad de clasificarse en el siguiente ciclo en un barco nuevo. Se sumó luego la retirada de la beca. Y los problemas para tener una pareja estable, aunque cuando la tuvo, pese a todo, incluso sin entrenador, considera que se llegó a hacer un buen papel. En efecto, no pudo repetir Juegos en Río. Pero piensa en Tokio 2020. Y lo hace, de nuevo, junto a Ángela Pumariega. Una nueva aventura y saben que la paciencia y la experiencia pueden ser factores importantes.
«Si quieres empezar una campaña olímpica no puedes pensar que todo te va a llegar de repente. Da igual lo bueno que hayas sido en otra clase. Aquí todo el mundo entrena y todo el mundo va a tope y no puedes ir a ninguna competición sin haber entrenado, sin tener el barco a punto y sin llegar en las mejores condiciones posibles, porque da igual que seas buenísimo porque la gente te pasa. Tienes que pensar que hay que trabajar cada día y echar muchas horas en el mar. Perseverancia, constancia, trabajo incondicional, cosas que creo que están en todos los deportes si quieres estar en alto nivel», significa la regatista gallega casi como una enseñanza.
Para Sofía Toro el mar y el deporte de la vela lo son todo. Obviamente, la narración de quién es refrenda que es «una chica muy normal de Coruña, muy de mi gente y de mi casa» y que está apunto de finalizar sus estudios de INEF y que, además, completa su formación con un Máster de Dirección y Gestión de Entidades Deportivas por la UCAM. En su vida subraya el apoyo «incondicional» que siempre ha tenido de su familia, respeto a la que puntualiza que «sin ellos no creo que no hubiera hasta aquí». La vela, el mar, los mares… el tiempo que ha pasado y quiere seguir pasando entre ellos.
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