Lo realmente especial es la fuerza de los adentros. Poderosa e inquebrantable es esa vigorosidad cuando la fusión es perfecta entre lo mental y lo pasional. Y siendo garante de eso, difícilmente a alguien se le pueda frenar, por reveses que le dé la vida, en la búsqueda de sus sueños. Andrea Esteban Catalán (Teruel, 29/2/1996), futbolista del Levante, guarda la ensoñación continua por vivir grandes capítulos de su deporte en la narración de su vida, al tiempo que las circunstancias ya vividas (dramáticas y sinceramente respetadas) la han barnizado de temprana madurez. Y lo que cuenta, el cómo se ha hecho en el fútbol y qué huella quiere dejar, lo hace con cercanía, sensatez y mucha verdad. «Hubo un momento que era dejarlo todo o ir a por todas, y yo decidí ir a por todas para dedicarme al fútbol», subraya.
Lo cierto es que este deporte para ella no fue amor a primera vista. De hecho, desde bien pequeña compaginó el atletismo, el tenis y lo balompédico. A esto último empezó a los seis años, yendo por la modalidad de sala con chicos en su colegio (Fuenfresca). Subió un escalón. A fútbol siete; de ahí se hizo con un buen ramillete de éxitos infantiles. Con la pelota en los pies iba progresando, pero reconoce que destacaba con la raqueta y con el cross (fue campeona de Aragón y de España en el cross de Soria de su categoría). A los once años, comenzó con el CD Teruel. La única chica jugando en su liga, pero destacando. Mucho deporte que compaginar con los estudios. Soltó primero el tenis. Le costó más dejar el atletismo. Pero acabó por decidirse por el fútbol.
Tres buenos años llamando la atención por su potencial con el conjunto turolense con un punto de inflexión importante cuando cumplió los catorce. La normativa ya le impedía jugar con chicos y no había equipo femenino. Se interesaron por ella el Prainsa Zaragoza y el Levante. Desplazar a la familia al completo a Valencia dada su juventud o buscar una fórmula sin llegar a ese extremo. «A mí padre se le ocurrió lo de los viajes. Salía cada día a las dos y veinte de clase. Comía en un visto y no visto. Mi padre, que es profesor, se tuvo que arreglar los horarios. A las tres en punto salíamos cada día (dos entrenaba en Valencia y otros dos en Teruel). A las cuatro y media estábamos en Valencia. Y a las cinco entrenando. Llegaba a las nueve y media. Y en los trayectos, estudiaba», recuerda Andrea, con una cuenta de mil kilómetros por semana y un ritual continuado durante cuatro años, en el que también aparecieron los viajes en tren. «Fuera lo que fuera, tuviera que hacer kilómetros o no, la ilusión no me la quitaba nadie», significa.
«Fiché con el Levante con catorce años. Llegué en junio y empecé a entrenar con el C. Pero en julio ya estaba haciendo la pretemporada con el primer equipo. Aquello me pareció increíble y estando entre tantas buenas jugadoras. Me iban a hacer ficha del A, pero había una norma que impedía jugar en categoría nacional a menores de quince años», recuerda la turolense. Así que pasó sus primeros meses entrenando con el primer equipo y jugando con el C. «El día de mi cumpleaños cayó en fin de semana. Y estaba emocionada por poder debutar por fin. Pero resultó que esa jornada el primer equipo descansaba», cuenta Andrea, quien desde ese momento ya pudo jugar en Primera División y alcanzar uno de sus sueños.
Su recorrido deportivo, sin embargo, le ha dado tres golpes duros a los que ha replicado con tenacidad, ilusión y muchas ganas. «Poco después de llegar al Levante, me fui con la selección y me rompí los cruzados. Bueno, piensas que es algo que le puede pasar a cualquier futbolista. No voy a decir que no fue duro el viajar para no jugar y tener sesiones de fisioterapia para rehabilitarme. Me recuperé y tuve dos años buenos, progresando. Pero a los 16, en un partido, caí mal en un salto y tuve que pasar de nuevo por quirófano por otro cruzado», explica.
Recibió otro latigazo en forma de lesión a los 17 años. En un partido se le fue la rodilla y el cruzado quedó parcialmente roto. Sin embargo, y consultado con los médicos, el porcentaje de rotura y la estabilidad le permitían seguir. Y lo hizo sin pasar por intervención quirúrgica. El fondo del miedo a la fractura total estaba. Y sucedió: «Llegó el derbi con el Valencia y ahí me rompo. Entonces era el cuarto año de hacer viajes. En ese momento, entro al coche y pego un puñetazo de rabia. Mis padres me dijeron: «Andrea si quieres dejarlo, dilo que te apoyamos». En ese momento, me di cuenta de que quería seguir y ser futbolista. No como un hobby, sino vivir del fútbol y poder llegar a ser algo en el fútbol femenino. Ese fue el punto de inflexión. Era dejarlo o ir a por todas. Y decidí ir a por todas”.
La tercera lesión de cruzados fue un punto de inflexión: «Era dejarlo o ir a por todas. Y decidí ir a por todas»
Le definen como una jugadora que debutó muy joven en Primera División y se logró hacer un sitio en el Levante, sólo cortado por esas lesiones. Pero tiene empuje, calidad y la cabeza muy bien amueblada. Indudable su fuerte carácter para saber afrontar las difíciles circunstancias vividas. Sigue progresando después de salvar unos meses complicados. «Me definiría como una persona humilde y una jugadora con potencial que falta por explotar y que sabe que queda mucho trabajo y que sigue con la misma ilusión que la niña que con catorce años se subía a las tres de la tarde al coche». Aquellos viajes cesaron cuando terminó Selectividad. Se mudó a Valencia e inició la carrera de Fisioterapia –«los estudios son muy importantes y animo a que ningún deportista los deje y que los compagine de la mejor forma posible»–.
En el Levante está en su casa. «Siempre he sentido el cariño y la cercanía y el respaldo de mucha gente». Subraya una figura: Maider Castillo. «Es una jugadora que ha dejado huella en hacen crecer al fútbol femenino y sigue haciéndolo ahora como entrenadora. Me llevo genial y le digo de broma que es mi segunda madre. Ha estado apoyándome mucho en estos meses que han sido durísimos».
La espinita de la Selección
Subraya Andrea que tiene «una espinita clavada» con la selección española: «Sea físicamente o por motivos personales, con las categorías inferiores he participado en fases de clasificación, en muchas previas, he llegado a una fase final, pero algo pasado que me ha impedido jugar. Quiero seguir en la sub’20 y luchar por el Mundial que tenemos en octubre. Y con el tiempo llegar a la absoluta. Para mí la selección española es lo máximo. Al final, una persona compite consigo misma y me gustaría saber cuál es saber mi máximo».
Reflexiona Andrea sobre el cambio y el tiempo nuevo en la absoluta. Son claros los logros a lo largo de los años por la sub’17, la sub’19, el crecimiento de la base. Pero el asunto se estancaba en la absoluta. El anterior seleccionador se tornó un freno. «Creo que ahora Jorge Vilda se está haciendo un gran trabajo. Lo he tenido desde sub’17. Para mí son todo palabras buenas. Además de buen entrenador, es una persona excelente. Sabe cómo actuar en cada momento. Con él he vivido cosas personales muy jodidas y a mí me ha ayudado una barbaridad, lo que le agradezco sinceramente. Está haciendo grandes cosas en la absoluta y el cambio es visible», asegura la turolense.
Y ella sigue firme. Adelante. Con esa fuerza que da la pasión bien mezclada con el poder de una mente inquebrantable. Quiere hacer grandes cosas con el Levante. Y su huella quisiera tenerla entre todas las actuales y pasadas jugadoras que luchan por mejorar el fútbol femenino, para que las que vienen por detrás tengan eso de lo que todavía hoy en España no se puede disfrutar. Siempre podría tener Andrea una experiencia en países donde el fútbol femenino tiene un valor rotundo. Le gusta la liga estadounidense. Pero sobre todo ama el fútbol.
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