La jugadora catalana, jovencísima todavía, que ya ha vivido un recorrido a modo de “montaña rusa”, se expresa generosa desde los adentros
Hubo un momento, cuando la presión casi asfixiaba y no disfrutaba de su deporte, en el que escuchó claramente desde sus adentros que era necesario un cambio, que debía reencontrarse consigo misma y con el tenis, que le hizo caer en la cuenta de que andaba perdida. Pero la esencia fue que quería dar con ella misma y reconocerse, que deseaba volver, que necesitaba experimentar un cambio. La clave estuvo en las raíces. Buscó un instante para sí misma en las pistas donde empezó a jugar en el club de Playa de Aro, donde con siete años cogió por primera vez una raqueta, donde empezó a golpear la bola y donde se enamoró del tenis. Allí, en un momento, quizás de soledad iluminadora, volvió a sonreír verdaderamente hacia su deporte, porque recordó bien por qué disfrutaba con el tenis, que al fin y a cabo es lo que quería recuperar Paula Badosa Gibert (Manhattan, Nueva York, 15/11/1997).
Todavía se daban los primeros coletazos de la tercera edición del BBVA Open Ciudad de Valencia, torneo que a la postre conquistó Badosa, cuando en un par de sillones en el salón del más que centenario club, con la pista de tierra batida a la vista tras los ventanales, conversamos pausadamente, de forma tranquila y cercana. Y a la vista de que el intercambio de preguntas y respuestas siempre fue mirándose a los ojos y sin vacilar lo más mínimo, con la certeza de que fue en un tono sincero, la charla dio para conocer a Paula. Cuestión de abrirse generosamente por dentro para contar su historia, para reconocer errores vanidades, pero también para mostrar una versión vital, personal y deportiva más madura, lista para escuchar sin condiciones, para corregir errores y actitudes, y en efecto demostrarlas dentro y fuera de la pista. Pero además descubrir a una persona atraída por lo diferente, por lo llamativo, cercana a un perfil valiente y con personalidad, sin miedo alguno al que dirán, sino más bien resuelta a escapar de lo rutinario y abrazar lo peculiar, lo especial. Lo importante: «Es ser tú mismo».
De sus orígenes
Los padres de Paula Badosa, enrolados en el mundo de la moda, migraron jóvenes a Manhattan para desarrollar sus respectivas carreras profesionales. En 1997, nació ella en la neoyorquina Gran Manzana. Reconoce que no practicó deporte hasta que con siete años regresaron a España y sus padres, por aquello de mantener la actividad de la niña en verano, la apuntaron a un campus estival de tenis, natación y otras disciplinas donde trabajan sus primos.
«Lo recuerdo mucho porque el primer día fui allí y como que me enamoré del tenis. Acabé el campus y en septiembre ya pedí hacer clases de tenis. Era como que cada día quería ir más y más, era como una obsesión, y cuando llovía y no se podía entrenar me ponía a llorar… necesitaba jugar, aunque fuera en la pared de casa, que obviamente no hacía nada de gracia a mis padres. Me enganchó mucho», recuerda Paula.
Encuentro con el tenis
Asentados en Barcelona, alejados ya del estrés desmedido y el embaucador ruido de Manhattan, buscando una vida más tranquila, avanzó la formación de Paula Badosa en el tenis con clases y entrenamientos en su club y las primeras competiciones nacionales de base. Con catorce años reconoció que necesitaba un cambio, que quería más. La opción fue Valencia en Tenisval con José Altur y Pancho Alvariño: «Me iba de casa muy joven y era duro para mis padres, porque de alguna forma me tenían que ‘perder’, pero me apoyaron mucho, como lo han hecho siempre, para que pudiera cumplir mi sueño. Mis padres, mi familia, cuando me iba muy bien creían en mí, pero cuando me fue mal siguieron creyendo y siguen haciéndolo. Cuando me fui a Valencia lo hice porque había un buen grupo, mucho nivel y quería empezar a ser o sentirme tenista. Fue duro estar lejos de casa y de los tuyos, me tuve que saber buscar la vida y empezar a madurar, pero era lo que quería y estaba dispuesta. Aprendí a estar sola, a ser más fuerte y agradezco mucho esos años».
Dos años y medio tuvo la sensación y la necesidad vital de regresar a casa. Un momento en el que también había un buen equipo en Barcelona. Con 17 años regresó. Fue año de despegue, de aparecer con fuerza en el foco de atención, de una explosión como joven tenista apuntando buen futuro. Ganó su primer Roland Garros junior, participó en primera ronda de su primer Master de Miami, ganó un ITF 25.000$ en Denain y en cuestión de un año alcanzó el número 190 del mundo a una edad tiernísima.
«Fue un gran año deportivo, pero a la vez fue muy difícil para mí. Llegaron las etiquetas como la ‘nueva Sharapova’, se me comparaba con nombres que eran mis ídolos, la gente me preguntaba, los medios me hacían entrevistas, sentía mucha presión del entorno, sentía que jugaba los partidos y la gente estaba pendiente de mí, que perder casi no era una opción… Pensé incluso que estaba ya ahí, que ya lo tenía, pero en el fondo estaba todo todavía muy lejos, pero mi cabeza no lo asimilaba. La realidad era que aquello me llegó sin madurez, sin estar preparada y me pudo la situación totalmente. Tenía mucha tensión, mucha presión, me vinieron las lesiones… y reconozco que a veces dejaba de entrenar pensando que lo tenía hecho, porque perdí la humildad. Quienes me querían, mi familia, mi entrenador, me decían: ‘Paula, no está todo hecho, hay mucho que hacer’. Pero no escuchaba y pensaba que no tenían razón. Era muy inmadura, muy poco humilde», relata.
Dificultades y aprendizaje
Reconoce momentos de pasarlo duro, de pasarlo muy mal, de fases de ansiedad, de dificultades vitales. Corrió tiempo sin competir lastrada por las lesiones. Un no ver la luz para poder salir de una fase oscura. Pero en absoluto pensó en dejarlo. ¿El aprendizaje? «Pues como se suele decir: ‘Aprendes a base de hostias’. Me faltaba mucha madurez y con el tiempo, chocando y chocando, te vas dando cuenta de las cosas».
Hasta no hace tanto Paula Badosa seguía pasándolo mal, recostada más en lo negativo, con ansiedad para competir. Pero logró, y sigue en ello, dar un vuelco a la situación: «Intento echar mucho hacia atrás y recordar y disfrutar de la idea de ‘¿por qué empezaste a jugar al tenis?’ Recordar mis raíces y recuperarlas, pensar en lo que disfrutaba, olvidar esa presión y esos momentos de pasarlo mal. Llegué a ir donde empecé a jugar en Playa de Aro, que es algo que me sirvió bastante: Fui al club donde cogí mi primera raqueta un día a solas. Y fue un poco recordar esos momentos. Empecé a jugar a tenis porque me encantaba y disfrutaba jugando y eso me ayudó a volver a estar positiva y seguir adelante. Hay una frase que mes gusta que es ‘a veces hay que dar dos pasos atrás para coger impulso’ y es lo que intento hacer».
La construcción de una nueva Paula Badosa viene de su propia voluntad, de su familia, claramente, y pone muy en valor la figura de su entrenador Xavi Budó: «Sinceramente tengo que agradecerle mucho. Estuvo conmigo estos últimos tres años y por temas mutuos pues separamos el camino. Estuvimos separados los últimos 9 meses. Pero sentía que lo volvía a necesitar. Siempre había estado conmigo y fui a buscarle, porque necesitaba su ayuda y es una persona que siempre me ha apoyado mucho. Tiene mucha experiencia. He aprendido a escuchar, y sigo en ello porque soy muy cabezona. Tiene experiencia y ha vivido ya estos momentos. Antes me decía: ‘Paula, éste no es el camino’. Pero no le hacía caso, o replicaba, porque pensaba que llevaba yo la razón. Era más rebelde. Pero he aprendido a escuchar y hacer caso a las personas que tienen experiencia y veo que me quieren cuidar. ¿Del pasado? Pues lo hecho, hecho está, pero maduras y lo importante es tratar de poner solución».
El perfil más personal: atracción por lo diferente y especial
Tenis, tenis y más tenis. Es su estilo de vida. Es lo que ocupa el noventa por ciento de su día. Pero sin el resonar del golpeo a la bola, de ir de un torneo a otro, de correr sobre tierra batida, pista dura o hierba, sin quedarse uno con la versión tenística, ¿quién es Paula Badosa?
«Soy una chica que me cuesta mucho demostrar cómo soy. Si rascas, creo que soy una persona generosa, que defiendo mucho lo mío y a mi gente. Desde pequeña hasta ahora siempre he sido muy soñadora. Y esos sueños que tengo me gustaría lograrlos. Al final, vivimos una vez e intento disfrutar la vida, tener esa alegría, aunque no es fácil. Disfruto mucho cuando estoy con mi hermana y mis amigas. La verdad es que cuando no estoy con el tenis tampoco es que pare quieta».
En su círculo personal, si te abre la puerta, es extrovertida, sin raqueta en la mano le encanta bailar —de casta le viene al algo, pues su padre era bailarín—, cantar, y la moda. Quizás una vía que le viene de cuna por sus padres, pero eso es para el mañana, dentro todavía de mucho cuando deje las pistas. Por lo pronto, su nueva versión, empasta bien con aquello que escribió Ernest Hemingway: ‘El valor es gracia bajo presión’.
No le falta gracia a su sello de identidad: «Soy una chica valiente, con mucha personalidad y me gusta ser diferente al resto. Eso me ha gustado desde pequeña. Si la gente por lo general guarda un patrón, yo quiero ser diferente al resto. Mi marca propia sería esa personalidad y esa atracción por el toque diferente. Me gusta la gente que va a su rollo, a su bola, sin importarle lo que digan o piensen los demás».
Nueva Paula
Por lo pronto, subraya que ha roto con su yo anterior (deportivo): «Antes era una persona inconsciente, inmadura, a veces niñata, poco humilde, que no estaba en la realidad del mundo, que no se daba cuenta lo que cuestan las cosas, que no valoraba… Trabajo por convertirme en una persona que valora cualquier pequeño detalle, una conversación con alguien, un simple mensaje,… cosas que antes no valoraba. Es un cambio que he hecho. En tenis, tengo partido, pues intento disfrutar todo lo posible y hacer lo que me pidan tácticamente mi entrenador, y si no sale, mañana es otro día, no dramatizar todo e intentar disfrutar del día a día. Creo que así es más fácil llegar al objetivo».
Una nueva Paula. Su primer objetivo es tan sencillo y a la vez complejo: volver a disfrutar compitiendo. Cuestión de sentirse tenista y de gozar entrenando y en cada partido. Ese gozo lo abraza también en el terreno personal, en las ganas de exprimirlo todo y en ese punto especial del gusto por lo peculiar.
Comments 2