La jugadora barcelonesa repasa su recorrido por el tenis, que tuvo una retirada prematura y un regreso después de tres años para demostrarse hasta dónde puede llegar
A veces hay que volver a empezar. O parar para volver a reanudar el camino cuando uno se ha reencontrado a sí mismo primero. O hacer un alto para removerlo todo y recuperar el sentido o la ilusión de lo que se busca o de lo que algo significa para uno en su narración vital. Axiomas de la vida misma, que desde luego tiñen también una carrera deportiva. Le sucedió a Georgina García Pérez (Barcelona, 13/5/1992). Tenista. Diestra. De saque potente. Y de revés a dos manos. Comenzó de niña en esto de la raqueta y, sin duda, ya destacó en la génesis de su historia deportiva. Pero hubo un momento en el que se esfumó la ilusión; tanto como para ‘odiar’ el tenis cuando demasiadas situaciones convergieron en su vida. Quedó abrumada. Cansada, incluso. Y decidió parar. Dejarlo. Y buscarse y ordenarse. Y lo hizo sin idea de volver a jugar. Tres años de punto y aparte en su tenis. Pero de nuevo tocó a su puerta. Y la abrió cuando supo que estaba lista y que además lo necesitaba. Y volvió para quedarse y vaciarse en la pista en cada entrenamiento y cada partido, y para ser la mejor o, al menos, intentarlo. Soñar en grande y escuchar lo que la vida le diga.
Desde que vio a su madre en clases de tenis supo que aquello era lo suyo. Y eso que se probó en el baloncesto y la natación. Incluso con su altura le tantearon con el atletismo para los saltos. Pero Georgina empezó a empuñar una raqueta a los cuatro años. Comenzó en Hospitalet, donde había delegación de la Federación Catalana. «Con ocho años fui a mi primer torneo. Se tuvo que aplazar la final varias veces porque estaba enferma. Iba ganando la otra tenista. Pero acabé jugando sin haberme recuperado para no dar por perdido el partido. Mi entrenador y mis padres me decían que no jugase, que estaba mala. Pero yo quería jugarlo. Y acabé ganando. Fue una ilusión porque era la primera vez que ganaba un torneo», recuerda.
Fichó luego por el Club de Tenis Barcelona. Dice que no tenía término medio entonces. O ganaba los torneos o le eliminaban en primera ronda. Fue destacando. Pero en años de adolescencia convergieron demasiadas complicaciones. Enlazó diferentes lesiones —le localizaron en las rodillas desgaste del cartílago—. Y le detectaron una dolencia de corazón, que en un primer momento le apuntó hacia el tener que ser intervenida, y acabó siendo un error. Pero hasta que se aclaró, entre pruebas y pruebas, le supuso un tormento y restó muchos torneos. Además, a nivel académico le preocupaba el haber dejado los estudios a los 16 años. Y en lo deportivo, se unió que ganaba fácilmente los primeros sets, pero se quedaba de pronto sin fondo físico —resultó que sin saberlo llegó a pasar por una mononucleosis—, al tiempo que necesitaba un entrenador que estuviera por ella.
La realidad: un corazón fuerte y grandes características físicas
«Me quemé. Se juntaron muchas cosas. Además el tenis es un deporte que exige mucho mentalmente. Y no estaba. Perdí la ilusión, la motivación, las ganas de jugar… Me agobiaba mucho el haber dejado los estudios y no tener Bachillerato. Y cuando surgió el asunto del corazón, que incluso me dijeron que quizás no podría tener hijos, complicó mucho mi vida. Después de mi primera final ITF me hicieron unas pruebas con una máquina nueva y vieron una anomalía. Pero a mis padres no les cuadraba porque ya cuando nací les dijeron que tenía un corazón fuerte y a los 12 años, en la Blume, me hicieron unas pruebas y me dijeron que tenía unas características físicas fuera de lo normal y que destacaría en el deporte que eligiera. Cuando se dieron estas situaciones del corazón y la mononucleosis y demás tendría cerca de los 18 años, pero la saturación ya me venía de antes. Estaba súper triste y me retiré», confiesa la tenista barcelonesa.
Cuando dejé de jugar a tenis pensaba que no volvería a jugar en mi vida. Tenía la sensación de que lo odiaba
Hubo carpetazo al tenis. El primer gran problema, el de corazón, pudo salvarlo sin necesidad de ser intervenida. Sus padres le levaron al mejor cardiólogo de Barcelona y éste descartó cualquier anomalía. Un error médico lo de aquella prueba, que significó un quebranto emocional y restar mucha competición.
Y su preocupación por los estudios la solventó. Finalizó el Bachillerato. Hizo la Selectividad. Y arrancó Psicología. Acostumbrada al deporte, en ese pasar de ocupar todo su tiempo a nada, intentó ir al gimnasio. Pero aquello no le reportó mucho. ¿Y el tenis? ¿Lo añoraba?
«Cuando dejé de jugar a tenis pensaba que no volvería a jugar en mi vida. Tenía la sensación de que lo odiaba. No podía escuchar nada, ni ver tenis. Me ponía ‘histérica’. Es un deporte que te da muchas alegrías y también puedes encontrarte lo contrario. Lo amas y lo odias. Es un deporte muy obsesivo para el jugador y la gente de su entorno», explica.

Pero después de todo, resuelto todo aquello que le preocupaba, una vez también se encontró bien consigo misma, reanudó el camino del tenis y su historia en este deporte. Y no fue algo buscado. Casi se dio por casualidad. «Me encontré en un restaurante con un entrenador que tuve de pequeña, Toni Garzón, con el que no pude entrenar mucho porque estaba en otro grupo. Fue una alegría. Lo quería mucho. Le comenté que había dejado el tenis y que no me planteaba volver. Me dijo que entrenaba a cinco minutos de mi casa y que si me apetecía pasara un día a probar. El caso es que un día fui. Me gustó. Y me planteé: ‘¿Por qué no?’. En parte, estando en casa, también me torturaba yo misma un poco pensando si había hecho todo lo posible para ver hasta dónde llegaba», comenta.
Regresó con 21 años. Con más madurez. Contaba, como siempre, con el apoyo de sus padres. Y consideró que era buen momento por juventud y porque mentalmente se sentía en una situación óptima. Pero teniendo claro que «si volvía era para dar todo lo mejor de mí. Para trabajar mucho e intentar alcanzar todo lo más alto posible».
La nerviosa angustia del primer partido tras el regreso
Al poco de haber vuelto a entrenarse, sin pretemporada, se enroló en su primer torneo de su segunda etapa. Un 10.000. Confiesa que la noche anterior al primer partido la pasó llorando preguntándose si sería capaz. Se liberó en el primer partido y acabó ganando, de hecho, el torneo: «Jugué muy bien y me sentí cómoda compitiendo. Volví a disfrutar y a competir bien. Ese primer torneo acabé agotada. Ya tenía advertencia médica de que el primer año o año y medio, hasta volver a encontrar el punto físico y de competición, tendría riesgo de lesiones. Así fue. Competía en todos los torneos que podía y lo más grandes dentro de mis posibilidades económicas, pero al tiempo también tuve paradas con varias lesiones diferentes».
Si algo tenía claro era tener un entrenador que quisiera lo mismo que ella. Luchar por llegar a lo más alto posible. Que estuviera pendiente totalmente. Así acabó una etapa con un entrenador tras reanudar su carrera. Y luego desarrolló una fase con un preparador físico. Desde hace unos meses tiene como técnico a Marc Cánovas.
Cerró 2016 ganando los ITF de Casablanca y de Rabat. Su objetivo es llegar lo más alto que sea posible. Su carrera le irá diciendo
«Ahora estoy muy contenta, muy ilusionada, creo que estoy haciendo las cosas bien. Quiero prepararme bien, mirarme el tema de la nutrición y hacerlo todo lo mejor posible y rendir lo mejor posible. Quiero intentar ser la mejor y luego ya se verá cuál es el límite», subraya.
Por lo pronto, cerró 2016 ganando dos ITF en Casablanca y Rabat. Actualmente, ocupa el puesto 290 del ránking WTA, y su mejor posición fue el 269. Suma en su palmarés cinco títulos ITF individuales y ocho en dobles.
Georgina, cercana, sociable, familiar, sí considera que es algo dispersa y que en ocasiones lo lleva a la pista. Es una de las circunstancias en las que trabaja para mejorar. Y para seguir ya con fuerza y motivación ese camino que inició, del que decidió salir, pero al que ha regresado, pues subraya sobre su deporte que «soy quien soy hoy en día en gran parte gracias al tenis. Me ha ayudado a hacerme como persona. Es un deporte muy complicado, y muy exigente mental y físicamente. Tienes que ser muy fuerte de cabeza; y te caerás doscientas mil veces y tienes que levantarte. Ahora mismo soy una privilegiada por hacer lo que me gusta». Ella, en todo caso, traslada en su sello competitividad, ese no darse por vencida nunca, el dar lo mejor, y desde luego, como ha mostrado, levantarse cuando uno cae.
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