Louis Armstrong interpretó en otoño de 1967 por primera vez esa letra universal, seguramente un himno para siempre, escrita por Bob Thiele y George David Weiis: ‘What a wonderful world‘. Más allá del porqué de aquella canción, el gran poso estuvo en elevar la sencillez de las cosas y los actos, el optimismo, y la capacidad por luchar y mirar hacia adelante; y hacerlo, pese a todo, con una sonrisa. Y el principal fundamento de ello, más allá de cualquier otra cosa, está en las personas. Desconozco en quién o quiénes se inspiraron entonces Armstrong para interpretar genialmente, y Thiele y Weiis para conjugar la letra. Pero me atrevo a decir que si hubieran vivido los actuales tiempos hubieran barnizado esa letra desde la figura de Andrea Esteban Catalán.
El pasado miércoles 13 de marzo de 2019, Andrea, a sus 23 años, anunció que debía retirarse, que debía dejar de ser futbolista profesional. Un sueño por el que trabajó, que persiguió, y que alcanzó y disfrutó. Pero las lesiones, las dichosas lesiones, acabaron por obligar a la joven turolense a tomar una decisión complicada. Habrá quien considere que esas cosas pasan, que suceden cosas gravísimas en el mundo… Cierto. Pero no deja de serlo tampoco el dolor que alguien puede sentir cuando eso que tiene en las entrañas, que le recorre interiormente desde siempre, que le impulsa desde los adentros, que es una pura y sana pasión, se esfuma y hay que mirarse en el espejo y entender que se ha acabado. Ese adiós de Andrea al fútbol como jugadora profesional fue el paso que debió dar. En todo caso, su deporte pierde a una excelente futbolista, pero con meridiana claridad gana una grandísima entrenadora. Tiempo al tiempo.
Si nos quedamos en la superficie sería dar cuenta de que una jugadora deja el fútbol a los 23 años como futbolista del Valencia después de acumular hasta cinco lesiones de ligamento cruzado anterior (en cuatro ocasiones en la rodilla derecha y en una en la izquierda) desde que debutara con 15 años en el Levante. Seguiría un repasar la estadística y como jugadora ofensiva cuantificar goles y asistencias logrados con sus clubes y las categorías inferiores de la selección española.
Andrea Esteban va más allá de los datos. Mucho más. Y es necesario dejar la superficie para profundizar en la persona y poder contestar a quien se pregunte por qué estas líneas se iniciaron con Armstrong y ese ‘What a wondeful world‘. La historia en sí se extiende desde sus propios inicios. Amor incondicional por el fútbol. Y sus padres, que le apoyaron y le apoyarán siempre, hicieron lo que estaba en sus manos por ayudarle a acercarse hacia el sueño de debutar en Primera División. A los 14 años recibió la llamada del Levante. Y dijo sí. Y alcanzó el sueño debutando con 15 años en máxima categoría. Entre esos tempraneros 14 y los 18 años, su padre la recogía al salir de clase, iniciaban el trayecto Teruel-Valencia y regreso diario, que se desgranaba entre comer lo que su madre le había preparado y hacer deberes y estudiar. Ya en Valencia lo que tocaba era entrenar. Mil kilómetros semanales hacían para asistir a los entrenamientos y partidos. Y así, cuatro años hasta que ya se instaló en la ciudad del Turia. Todo un trabajo en equipo familiar. Todo por disfrutar el sueño realizado por momentos, aunque teniendo que toparse con las lesiones —precisamente le impulsaron a estudiar Fisioterapia y especializarse en su tipo de lesión con su trabajo de fin de grado—, obligando a parar en largas etapas tanto en el Levante como luego en el Valencia.
La dureza de la vida, el golpe realmente doloroso hasta lo más hondo, tanto para ella como para su familia llegó en 2015. La propia Andrea recordó en su carta de despedida a la persona más importante, su hermana Cristina, que siempre estará.
La dureza cruel de la vida. Para levantarse mínimamente de ello, la fortaleza debía multiplicarse desde adentro, desde luego llorando mucho y debiendo superar momentos complejísimos y seguir adelante de la mejor manera posible.
Y esa lágrima no cesará nunca. Pero la fortaleza de Andrea presenta a una de esas personas fundamentales para vertebrar aquel himno de Armstrong. La lágrima interior no le resta una sonrisa eterna para los demás. Optimista. Resiliente. Capaz de ser ella quien levante a los demás y de ayudar siempre. Con un discurso interior y exterior brillante. Veraz. Honesta. Leal. De una mayúscula humanidad. Por eso va más allá de la idea futbolística. Trasciende la persona. Y Andrea es de las que son necesarias para mantener la esencia de eso que contó Armstrong: ‘What a wonderful world‘.
Foto: Eduardo Manzana
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