La saltadora de altura se proclama campeona en los Juegos y subió a lo más alto del pódium con Demireva y Vlasic como plata y bronce
Lo hizo Ruth Beitia. Su dominio incontestable del salto de altura tradujo eso de los sueños en realidades. Acarició la medalla en Londres 2012 y buscaba una en Río de Janeiro. No fue de bronce o de plata, la saltadora cántabra, a sus 37 años, se proclamó campeona olímpica. Un mejor salto de 1,97 y un concurso final con una tarjeta en blanco de nulos hasta esa medida le permitió poner el mejor broche posible a una carrera en el deporte, en el atletismo, en el salto de altura, que se extiende 26 años.
La primera medalla de oro olímpica de una mujer para el atletismo español y la segunda en conseguir una presea en sí después de aquella plata de María Vasco en marcha en los Juegos de Sidney 2000.
«No me lo creo. Son 26 años caminando para esto. Ramón —Torralbo— tiene el 50% de esta medalla, aunque sea yo la que sube al podio. Hay mucha gente detrás de esta medalla», explicó pletórica Beitia en declaraciones a TVE. Efectivamente, el trabajo desarrollado con su entrenador de siempre, Ramón Torralbo, se ha fue conjugando con los años en una mezcla sencillamente perfecta. Juntos, se dicen el uno al otro que son su otra mitad o su cincuenta por ciento, han construido una carrera trufada de éxitos, pero rematada con la magia del oro olímpico.
Y después de aquel cuarto puesto en Londres, de aquel tener tan sumamente cerca el pódium olímpico, anunció una retirada que acabó siendo un paréntesis. Tiempo para reflexionar e incluso para desempolvar gustos de la infancia como el patinaje. Pero aquello duró unos meses. Regresó. Pero lo hizo sin pensar en los Juegos de Río.
Un ciclo olímpico brillante
Reanudó el atletismo profesional porque no podía ni quería dejarlo. Su idea era seguir caminando por el salto de altura. Disfrutar de algo a lo que se entregó con 11 años. Y el caso es que acabó convirtiéndose ese seguir caminando en un ciclo olímpico de ensueño y en un trufar su palmarés con medallas internacionales para acabar efectivamente en los Juegos de Río.
A su ya mayúsculo palmarés nacional e internacional, tras el parón que siguió a Londres Beitia ha acumulado un bronce en el Mundial al aire libre de Moscú (2013) y un gran quinto puesto en el de Pekín (2015); tres oros europeos al aire libre, contando desde el mismo 2012 antes de los Juegos, en Helsinki (2012), Zurich (2014) y Amsterdam (2016). Además, en pista cubierta, un bronce en los Mundiales de Sopot (2014) y una plata en Portland (2016), y un oro en el Europeo de Goteborg (2013) y un quinto en Praga (2015). A eso sumó logros en Diamond League y grandes pruebas internacionales.

Obviamente, con las buenas sensaciones que sentía, los resultados del año y el empuje de su cuarta participación en unos Juegos Olímpicos —Atenas (puesto 16), Pekín (7) y Londres (4)—, Beitia no quería otra cosa que seguir disfrutando y refrendar eso de que los sueños a veces se hacen realidad. Lo quería hacer en Río de Janeiro; presumiblemente en su última oportunidad.
Dominó la final
Y así fue con un concurso espléndido. Primero, demostró su excepcional estado de forma en la calificación del jueves. Un golpe en la mesa. Allí estaba ella y no acudía a Río para otra cosa que no fuera subir al pódium. Quizás el sueño era de bronce. Pero lo elevó con sus saltos hasta el oro. Sencillamente perfecta en sus tentativas con el listón entre el 1,88, el 1,93 y el 1,97. La cántabra firmó hasta ese momento un concurso perfecto con una tarjeta en blanco. Sin nulos. Importante ventaja de cara a los 2,00.
La altura fue cribando rivales. Sorpresa mayúscula la de la norteamericana Vashti Cunningham quedándose fuera de concurso en 1,88. Y en el 1,93, la italiana Alessia Trost. Y se reunieron cuatro atletas frente a los 2,00. La propia Ruth Beitia. La croata Blanka Vlasic. La búlgara Mirela Demireva. Y la estadounidense Chaunte Lowe. Ese llegar sin nulos le permitía errar a la española incluso todos sus saltos si sus oponentes también lo hacían. El listón ascendía a una altura para las grandes. Sus rivales sí acumulaban nulos. Y lo que sucedió frente a los 2,00 fue que ninguna lo superó y Ruth Beitia explotaba de alegría y corría, incluso se encaramaba a una zona con foso, para poder abrazar a Ramón Torralbo.
«La vida me ha regalado esta segunda oportunidad. Recogemos los frutos de 26 años y esto también es de Ramón», mantuvo la campeona olímpica.

Una vida hecha de atletismo
Ruth Beitia es la quinta de cinco hermanos, todos atletas. Y sus padres, jueces de atletismo. El asunto pues estaba claro. Empezó a encariñarse con el atletismo a los seis años, pero fue a los once cuando comenzó su vínculo con Ramón Torralbo. Lo ha sido ya para siempre. Y siempre ha destacado lo importante que fue la fusión que hubo entre sus padres y su entrenador. En sus inicios, destacaba en cross y en fondo. Pero Torralbo pensó que había que hacer algo con aquel tobillo. Ruth abrazó el salto de altura y ya no lo dejó. Soñó con ser olímpica cuando vio a su padre en los Juegos de Barcelona 1992.
Su recorrido luego es absolutamente brillante. Además del palmarés internacional mencionado, es inabarcable su presencia a nivel nacional: 27 campeonatos de España llevan su nombre en altura entre pista cubierta y aire libre, además de recoger las plusmarcas en ambos casos. Y preseas en mundiales y europeos en esos mismos escenarios antes de la conocida parada tras Londres. Y lo que logró luego. Nada, en todo caso, como el oro olímpico con el que corona su reinado mundial a los 37 años. De fondo, siempre una sonrisa y compañerismo en cualquier competición, aunque en Río, y por mucho que procuró evitarlo, la alegría mostró sus lágrimas.
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