Tan expresiva y enérgica en una piscina bordando la sincro como cercana y tranquila fuera de ella, la capitana de la selección de natación artística repasa su historia para Visbilitas
Notas eternas de la guitarra de Paco de Lucía. O las esencias de Salif Keita. Y la íntima fuerza de La Bohème de Puccini. O lo desgarrador y bello de The Promise al piano de Michael Nyman. Incluso lo que cuenta profundamente en Space Oddity David Bowie. Flamenco. Ritmos africanos. Ópera. Música clásica. Y la magia diversa de estilos de Bowie. Melodías que se unen con el baile desgarrador y pasional y nítidamente expresivo. Y tal reunión de artes se conjuga en lo ingrávido del agua. Y con habilidades elegantes, rítmicas y flexibles se resuelve todo en la mágica natación artística; o mejor, sincronizada, porque así será siempre. Ona Carbonell Ballestero (Barcelona, 5/6/1990) expresa las emociones e ilusiones y sueños que le remueven los adentros cada vez que entrena o defiende la pureza de su trabajo —también junto a sus compañeras— en tres minutos y cuarenta segundos.
Referencia incuestionable de la sincronizada mundial. Capitana de la selección española. Trufado su palmarés de metales olímpicos e internacionales. Cuenta historias con la mirada y los movimientos del cuerpo, que son su voz en el agua como el piano lo era para la protagonista de la película The Piano, expresándose con temas como The Promise de Nyman. Sin embargo, Ona, fuera de su querida ingravidez, aparece próxima, reflexiva y amable en una conversación contando su relato.
Ona Carbonell es pura expresividad. Desde el fuego de sus adentros en competición enamora a los jueces: «A nivel de cara, de mirada, de cuerpo soy cero vergonzosa, porque mi deporte es esto. Tengo que conquistar a los jueces con algo». Recuerda, sin embargo, que de pequeña «no es que fuera tímida, pero sí era muy insegura, me daba miedo destacar». Su génesis en el deporte está en la gimnasia rítmica. Enamorada del baile, más aún lo ha estado siempre del agua. «Veraneábamos en Menorca y me pasaba ocho horas en el agua. Desayunaba y me iba al mar. Comía y me iba al mar. Y encontramos la sincro donde todo se combinaba. Empecé con nueve años, un poco tarde, porque mis compañeras empezaban con 4, 5 ó 6 años», repasa la barcelonesa.
«Desde el primer día me enamoré cien por cien de este deporte. Pero también he de decir que al principio fue duro: me costaba contar bien la música para poder sincronizar, me agobiaba… y como soy muy exigente, a veces demasiado, pues ya desde pequeñita cuando no me salía algo sufría. Me acuerdo que me costaban las figuras», describe buceando por aquellos inicios. Empezó el primer año a nivel escolar, pero siguió en el Club Caralleu. Ona, con una gran flexibilidad innata, no tardó en destacar en una ingravidez que le agarró por los adentros para siempre. Hecha de plásticas gotas de agua, comenzó diseñar una carrera deportiva que brilla, aunque, como la vida misma, tuvo momentos duros.
«Al principio, me sentía como un patito feo. Mis amigas entrenaban, pero también querían salir, ir al cine,… y en el colegio me decían que prefería la sincro que a mis amigos. Pero es que desde muy pequeña me quería tirar la primera al agua, salir la última para entrenar más horas y si no me salía algo hacía mil repeticiones. Aquello les parecía raro a ellos. Cuando me salió la oportunidad de ir a la selección española con tan sólo 14 años, que era muy pequeña, para mí fue el sueño hecho realidad. No me tuve que plantear nada y de repente tenía todo a mi alrededor dispuesto a que pudiera ser la mejor del mundo», recuerda.
Y desde entonces su genial brillo en el agua de piscinas de todas las partes del mundo ha ido formándose a base de trabajo incondicional, de perseverancia, de resiliencia, de creer siempre en sus sueños y buscarlos con fuerza, de disfrutar, pero también de exprimirse en cada entrenamiento, en cada momento a la hora de entender cómo se alcanza el éxito en el deporte de élite y los esfuerzos personales que exige, y además de vibrar y emocionar en competiciones. «Hay que trabajar duro, hay que currar por mucho talento o no que se pueda tener. Para mí es un 90% cabeza y un 10% físico». La conjugación de todo le acabó llevando a participar en los Juegos Olímpicos, la gran ensoñación.
«Cuando me salió la oportunidad de ir a la selección española con tan sólo 14 años, que era muy pequeña, para mí fue el sueño hecho realidad»
Fue en Londres 2012 cuando abrazó la realidad olímpica, pero por el camino ya se deshizo en el agua para completar el ciclo hacia Beijing 2008. Pero se topó con uno de los golpes más duros que ha vivido en su carrera: «Hay momentos duros, que ojalá no los hubiera vivido. Me sucedió con la situación de quedarme fuera de Beijing. Lo di todo. Sobre todo me dolió por el cómo fue todo, de la manera que fue y cómo se llevó todo el tema. Me planteé dejarlo. Estuve casi en depresión. Lo lloré mucho. Pero me levanté, aprendí, decidí que quería seguir, que tenía un sueño y quería conseguirlo. Y fue un aprendizaje. Todos los deportistas tenemos que entender que hay veces que se pierde, otras que se gana; otras que no lo haces mejor que en otros momentos, pero ganas; y otros en los que lo haces increíblemente bien, pero hay una mejor que tú. Y todo esto son lecciones de vida».
«A mí el deporte me ha enseñado que los buenos se quejan y los mejores se adaptan. Si no te adaptas al momento, a las personas, a las circunstancias, pues a lo mejor no te llegará su momento», subraya.
El instinto de lucha le llevó por fin hacia el anhelo. Un ciclo olímpico nuevo. Fue hacia Londres. Y allí, en 2012, pudo mostrar su fuerte y voraz expresividad. Plata en el programa Dúo Libre —arte y pasión y apneas junto a Andrea Fuentes para dar forma a un tango, La Cumparsina— y bronce en el Libre por equipos —Clara Basiana, Alba Cabello, Margalida Crespi, Thais Henríquez, Paula Klamburg, Irene Montrucchio, Andrea Fuentes y la propia Ona—. No pierde el brillo en los ojos al recuperar ese recuerdo, ese segundo de colgarse el metal olímpico. «Ya es algo increíble estar en unos Juegos, es algo precioso. Vas paseando y alucinas por que ves a Phelps, Bolt, pero alucinas más porque entiendes que eres uno de esos elegidos que llegan a los Juegos. Pero ya es indescriptible el momento en el que además de eso ganas una medalla», significa.
Pero señala en su foro interior una sensación incluso que valora más, uno de esos aprendizajes del deporte, de la vida que lleva siempre en su mochila: «Algo muy positivo que he aprendido es, por ejemplo, saber gestionar todo en una call room, jugándote el trabajo de cuatro años, sabiendo que sólo tienes tres minutos y cuarenta segundos para ganar esa medalla. En el momento es durísimo, el corazón te va a millones de pulsaciones por segundo, pero a la vez son experiencias que vivirlas son únicas. Me quedo más con esos momentos que con las medallas en sí. Sí, tengo más de veinte medallas mundiales que es muchísimo, que todavía ni me lo creo, pero luego pasa que miro atrás y no miro cuando me cuelgan la medalla, sino el momento previo o aquel día en medio del año que estaba diluviando y estás entrenando o momentos con tus compañeras,… a veces te acuerdas más del camino que del objetivo».
«Algo muy positivo que he aprendido es, por ejemplo, saber gestionar todo en una call room, jugándote el trabajo de cuatro años, sabiendo que sólo tienes tres minutos y cuarenta segundos para ganar esa medalla»
En el zurrón de los éxitos lleva mucho cargado: 23 medallas mundiales de oro, plata y bronce, repartidas en Solo, Dúo y equipos; una corona de Europa por equipos en 2008; el volver a otros Juegos, a los de Río, logrando un quinto puesto y diploma de mayor peso junto a Gemma Mengual. Y el camino sigue. El fuego interior de Ona Carbonell que se mezcla con el agua enfoca ya a los Juegos de Tokio 2020. Hacia allá va la sincro española, que es un ejemplo mundial a nivel artístico, mantendrá la línea de aprovechar lo que cada nadadora puede aportar, el rol que puede explotar, el hacer del ‘hándicap’, respecto a los millones de niñas que en países como China o Rusia quedan fijadas en un patrón inamovible, una oportunidad para subrayar el estilo español.
La figura de Ona Carbonell, obviamente, trasciende a su ser deportivo, mostrando un retrato de persona trabajadora, disciplinada, muy exigente consigo misma y con quien le rodea, observadora y que «me emocionó y me ilusionó por las cosas que se mueven por dentro de mí». «Dentro del agua soy explosión y fuera del agua soy muy tranquila, muy observadora, no necesito caña constantemente, quizás porque ya me la dan todos los días en el agua (sonríe). Al tiempo soy muy sentimental y emocional dentro y fuera del agua. Intento disfrutar de cada momento; me encanta conocer personas y viajar; adoro la tranquilidad y las pequeñas cosas de la vida; y me gusta aprender, que para mí es crecer y es felicidad», describe.
El agua es su vida. Y ama enormemente el mar, donde también ha hecho sincro. No podría vivir en un lugar que no tuviera mar. Reconoce Ona Carbonell que «me encuentro mejor en ingravidez, que bajo la influencia de la gravedad. Eso y poder bailar con una música dentro del agua me emociona, como estar haciendo una apnea y ver un rayo de sol perforando el agua o escuchar su rumor. Son cosas que me emocionan». Si todas las horas que la nadadora barcelonesa ha pasado entrenando o compitiendo dentro de una piscina se acumularan, calcula que ya llevaría casi cinco años de su vida dentro del agua. Una sirena sin escamas.
«Me emocionó y me ilusionó por las cosas que se mueven por dentro de mí»
La sincro, su deporte, le ha dado todo. Pero subraya un aprendizaje fundamental, que es como la vida misma: «El deporte me ha enseñado a retarme por sueños aunque sean muy difíciles. La gente a menudo cuando ve un objetivo difícil como que prefiere no seguir adelante por miedo al fracaso. Pero opino que si fracasas, fracasas, pero si no lo intentas nunca vas a llegar. Y esto no es algo del deporte, es la vida. Me encanta ir a por retos difíciles. Y me atrevo con cosas que no son lo mío, pero me emociona crecer y aprender». Su inmersión en el mundo del diseño es de sobra conocido. De hecho, sus bañadores llevan formando parte de la indumentaria de la selección española los últimos cinco años. Y nadadoras olímpicas de diversos países visten sus prendas. Y fuera de ello se forma como conferenciante. Y ya suma tres ediciones de su campus internacional.
El caso es que Ona Carbonell no cesa en sus empeños. No son pocos. De fondo, busca devolver al deporte lo que le ha enseñado. Subraya que ha aprendido de absolutamente todas las entrenadoras que ha tenido y también de sus compañeras. Hoy tiene la oportunidad de hacer algo que cuando era pequeña y empezaba en la sincro ni se imaginaba: «Nunca pensé que podía ser un referente y lo percibo con la cantidad de niñas que te siguen y los padres que te trasladan que sus hijas quieren ser como tú. Y eso es una gran responsabilidad que tenemos los deportistas y no podemos fallar. ¿Qué quiero? Poder dejar un sello de de disciplina, de constancia, de esfuerzo, de humildad».
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